Donald Trump inicia este viernes su primera gira exterior que lo conducirá a Riad, Jerusalén y el Vaticano, tres destinos estrechamente vinculados a las religiones monoteístas, aunque la elección de estos lugares no parece fortuita para otros intereses, especialmente Riad, donde el presidente americano firmará contratos multimillonarios.
En la capital saudí Trump rubricará dos gigantescos contratos. El primero, ya cerrado, será por un montante de 100.000 millones de dólares, mediante el que los saudíes se comprometen a adquirir todo tipo de armas, aunque no está claro que más adelante las puedan utilizar. Entre las cláusulas figura una opción que se abre a la adquisición de más armas por parte saudí, hasta un total de 300.000 millones adicionales, durante la próxima década.
A estas demostraciones de fuerza hay que añadir otro contrato separado mediante el que Arabia Saudí invertirá en las infraestructuras de Estados Unidos por valor de hasta 40.000 millones de dólares. Y a estos contratos hay que añadir otros multimillonarios que el Pentágono está negociando, ya muy avanzados, con distintos países suníes del Golfo, como los Emiratos Árabes Unidos.
Todo este derroche de armas ha suscitado entusiasmo en los medios de comunicación suníes afines a los intereses de Arabia Saudí, mientras que los que le son hostiles hablan directamente de un “soborno” a Trump para que el presidente siga una política en Oriente Próximo en sintonía con la de Riad.
Algunos expertos han indicado que esos contratos servirán para crear aproximadamente un millón de empleos en Estados Unidos de manera directa y varios millones de empleos de manera indirecta. De este modo, Trump podrá contribuir a la promesa que hizo durante la campaña de preocuparse en primer lugar por Estados Unidos.
La máxima prioridad de la política de Riad es Teherán. Los saudíes quieren menoscabar la influencia de los iraníes en la región y desean que los americanos aíslen más al régimen islámico. El rey Salman todavía alberga la esperanza de que Trump deshaga el acuerdo sobre el programa nuclear que firmó Barack Obama, y que incremente la presión sobre Irán de todas las maneras posibles.
Naturalmente, el largo brazo de Irán en Yemen, Siria, Líbano e Irak es otro quebradero de cabeza para la monarquía saudí. Los saudíes están metidos hasta las cejas en la guerra de Yemen y también en la de Siria, todo ello por iniciativa del hijo del rey, Mohammed bin Salman, de 31 años, que lleva la voz cantante en el país y mantiene una política radical en estas cuestiones. Hace solo unos días fue recibido por Trump en Washington.
Las aventuras en Yemen y Siria han causado un enorme problema a Arabia Saudí, si bien no parece que el príncipe Bin Salman esté dispuesto a cambiar de estrategia. La política de Riad, que tanto se aparta de la que estuvo en vigor hasta hace un par de años, consiste en diferenciarse de Estados Unidos cuando es preciso, aunque, a pesar de sus reservas gigantescas de divisas, no será completamente autónoma mientras Irán sea una potencia regional.
Impulsada por Riad, el Wall Street Journal ha publicado esta semana una oferta de los países suníes del Golfo para normalizar las relaciones con Israel a cambio de que el Estado judío garantice un alto en la construcción de viviendas para colonos judíos en los asentamientos de los territorios palestinos ocupados. A la publicación de la oferta le siguió un silencio sepulcral que no han roto ni Arabia Saudí ni Israel.
El silencio ha sido total, puesto que los saudíes ni siquiera han negado la existencia de la oferta. No obstante, la ingenuidad de Mohammed bin Salman es muy grande si piensa que Israel está preparada para suspender la construcción en la Cisjordania ocupada simplemente porque los países árabes le ofrezcan la normalización de las relaciones. Algo idéntico se hizo en Beirut en 2002 y no condujo a ninguna parte.
Esta vez la oferta árabe ha sido incluso más detallada que en 2002, puesto que incluye la concesión de permisos a las empresas israelíes para abrir concesiones en los países árabes (algo que en realidad ya existe de facto). También incluye abrir el espacio aéreo árabe a los aviones israelíes que viajen a Asia, así como la apertura de líneas telefónicas directas entre los países árabes y el Estado judío.
En Riad Trump hablará ante 56 mandatarios árabes y musulmanes con un discurso que sin duda va a compararse con el que Obama hizo en El Cairo en 1998, al inicio de su primer mandato. Los principales aliados americanos en la región, Israel y Arabia Saudí recibieron con escepticismo aquel discurso y probablemente recibirán con satisfacción el de Trump, especialmente los saudíes.