Al borde del precipicio, Michel Temer, el hombre que aceptó sustituir a Dilma después de una democión manipulada y, por tanto, ilegítima e injusta, no solo está en el aire él: tiene en vilo el futuro inmediato de Brasil, que podría estarse definiendo en breve.
Su renuencia a dimitir después de que una grabación mostró al mundo sus suciedades, ha abierto un compás de espera matizado por constantes noticias que dan cuenta de un nuevo pronunciamiento judicial en su contra, otra dimisión en su gabinete, diputados hasta de su partido que se suman al pedido de que se le aplique el impeachment, o renovadas convocatorias a las manifestaciones donde la gente le pide que se vaya… Todo a la misma velocidad de una fórmula química que se satura, sube y se derrama en espumosa y humeante precipitación.
Las reacciones se suceden con rapidez inusitada. Y si al inicio de esta semana la percepción más interesante y general podía ser la probabilidad de que el expresidente Lula resultara electo en los comicios señalados para 2018, ahora la comidilla es Temer, mientras las miradas más largas tratan de avizorar qué ocurrirá después de él.
Todo indica que, de un modo u otro, saldrá del Palacio de Planalto de aquí en poco (si a estas horas no está fuera ya). Y se va gracias a las mismas malas artes con que la poderosa derecha política y empresarial brasileña robó el mandato constitucional de Dilma Rousseff, para cercenar la gestión que venía desarrollando el Partido de los Trabajadores desde la llegada de Lula, en 2003.
Así también se dio asidero para que los grandes medios sacaran lasca a las acusaciones de corrupción vertidas contra la Presidenta, y convirtieran el bochornoso golpe de Estado —que se apoyó, por demás, en la traición política—, en primera «evidencia» del supuesto viraje de la izquierda en Latinoamérica. Bueno, en todo caso, un viraje empujado por ellos, los de la derecha continental.
No pocos destacan por eso que lo que están haciendo tragar ahora a Temer, es una gran taza de su misma pócima… Claro, con la diferencia de que en el juicio del Congreso contra Dilma, ninguna acusación se probó.
Eso ocurrió hace escasa y puntualmente un año. Pero he aquí que en apenas 12 meses, en Brasil todo podría pintar al revés.
Vaya o no el impeachment, las evidencias de que Michel Temer ha tenido una actuación ilegal, antiética y corrupta están en todos los periódicos brasileños, y le dan la vuelta al mundo en las redes de internet.
La causa es grave y penosa. Para que la manipulable justicia brasileña no lo tocara en medio de las indagaciones sobre los escándalos estallados en torno a Petrobras, el Presidente compró nada menos que el silencio de Eduardo Cunha, exlíder del Senado, y pieza clave de la jugada tramposa contra Dilma.
Tan enterrado estaba el propio Cunha en el basurero, que en este momento cumple sentencia de 15 años de prisión. Pero hasta allí llegaban las coimas, según las grabaciones dadas a conocer por O Globo, y que le entregó al diario un gran empresario, quien tuvo los bemoles de entablar el diálogo con Temer, dejar constancia de él, y poner en la picota la cabeza del mandatario.
Pocas horas después, el presidente del Tribunal Supremo Federal, Edson Fachin, pedía que Temer fuera investigado, lo que le coloca a las puertas de un juicio político como el de Dilma.
Los sucesos abren muchas interrogantes y no solo en torno a lo que ocurrirá en los próximos días, sino acerca de las causas que trajeron las cosas hasta aquí.
¿Mandado «a matar»?
Llama poderosamente la atención el hecho de que la revelación haya sido realizada por el diario O Globo, parte del mismo emporio mediático que defendió hasta hace cuatro días las draconianas medidas económicas y sociales impuestas por Temer, y cabecilla de la treta contra Dilma y de la persecusión judicial emprendida luego contra su predecesor, Lula da Silva.
Y aunque alguien pueda colegir que estamos ante la continuación de una cruzada anticorrupción que va ahora por un hombre sin pudor, los motivos agazapados por quienes han destapado la olla y puesto altavoces al escándalo, deben estar en otra parte.
Usado como instrumento por los grandes poderes para torcer los destinos de Brasil y los de Latinoamérica, puede que Temer ya no les sirva más y fuera condenado a esta muerte política, a la que se resiste.
El programa tecnocrático y desarticulador que le fue encomendado se ejecutaba de prisa gracias, en buena medida, al abrumador respaldo mayoritario con que contaba en el Congreso —pues muchos le han dado la espalda ya—, y él no tuvo escrúpulos para aplicar el recetario que ha provocado, en este lapso, 14 millones de desempleados, con medidas tan radicalmente neoliberales como la enmienda constitucional según la cual ningún Gobierno puede aumentar los gastos sociales en 20 años.
Ahora iba por la privatización de Petrobras. Acababa de conseguir medio voto del legislativo para la retrógrada reforma laboral que quita a los trabajadores los derechos conseguidos, y tenía ya en agenda la también polémica reforma jubilatoria.
Pero quizá ello no fuera suficiente. En un artículo publicado en el sitio web Brasil do Fato, la líder sindical de los educadores en Minas Gerais, Beatriz Cerqueira, afirmaba al analizar el caso que el plan de Temer «no está sacando al país de la crisis, como prometió».
Las cifras acompañan esos criterios. En su informe Perspectivas para América Latina y el Caribe, publicado en enero, el Fondo Monetario Internacional afirmaba que Brasil tendrá este año y el próximo uno de los peores índices de crecimiento en la región, y que existe el riesgo de recesión.
El jueves, sin embargo, en la breve y dramática alocución durante la cual negó su culpabilidad y su renuncia, Temer reiteró en varias ocasiones, como quien se lamenta e intenta persuadir: «¡Ahora, que todo estaba resultando…! No podemos tirar a la basura de la historia lo que con tanto trabajo hizo este país».
Otro golpe
Pero quizá esto no sirva tanto para ilustrar la convulsión del panorama forjado en Brasil durante el año que Temer lleva en la presidencia, como la movilización social que su gestión ha impulsado.
Las decenas de marchas y manifestaciones que han exigido un pare a cada una de las draconianas medidas neoliberales aplicadas por su Gobierno, tuvieron como corolario la gigantesca huelga general del pasado 28 de abril, cuando en las principales ciudades acataron el paro convocado de manera unitaria, por primera vez en este período, por casi una decena de organizaciones sindicales.
Hubo movilizaciones y se adhirieron más de 35 millones de brasileños, una cifra que no se veía desde hacía décadas, por lo cual la protesta fue calificada de histórica. Dirigentes sindicales estimaron que «podría cambiar los rumbos del país».
Mas, lo que realmente ha podido estremecer a quienes intentan mantener el timón del barco hacia la derecha es la incrementada popularidad que, a la par, gana Lula, a pesar de que, como parte de la misma campaña satánica que se aplicó contra Dilma, pesan ya sobre él cinco procesos penales a los que la dudosa justicia brasileña quiere agregar otra causa.
No es solo que las encuestas le estén otorgando, hace semanas, una popularidad que llega al 45 por ciento si las elecciones fueran hoy, en tanto Temer llegó a cinco por ciento.
Si la huelga de abril fue sonada, resultó impresionante el acompañamiento popular que tuvo Lula en Curitiba, adonde acudió la semana pasada para declarar ante un juez, por una de esas varias causas que le han sido abiertas en lo que, de manera tan certera, la también exmandataria Cristina Fernández, de Argentina, ha dado en llamar «judicialización de la política».
Temer ya había introducido ante el Congreso una reforma que pretende retardar los comicios presidenciales previstos para el año que viene, hasta 2020.
La gente, por el contrario, se pronuncia cada vez más por elecciones inmediatas como única salida para la ilegitimidad que vive la institucionalidad brasileña desde que, fraudulentamente, se depuso a Rousseff.
El pedido cobra fuerza ahora, cuando la delicada situación del mandatario indica que pronto habrá que dar una salida a la situación. Renuncia, o impeachment, o movilización, dijo, poco más o menos, un analista hace unos días.
Lo primero Temer lo ha descartado, aunque una todavía más fuerte ola de protesta lo podría obligar porque se están movilizando, incluso, organizaciones que apoyaban su mandato. Lo segundo, se supone que debe suceder dada la gravedad de las denuncias.
Pero lo más importante para muchos es la celebración inmediata de comicios. Quieren una democrática elección popular… Porque podría repetirse, de cierto modo, la historia.
Si Temer es destituido mediante un juicio político o renuncia, habrá un mandato interino de tres meses, y luego sería este Congreso cuestionado quien elegiría presidente.
Sería lo que algunos han dado en llamar «un golpe dentro del golpe».
En declaraciones que publicó Telesur, un manifestante de los miles que han tomado en las últimas horas las calles, aplicaba un claro razonamiento: «Si la denuncia viene del canal O Globo es porque ya deben tener reemplazo para Temer. Pero es el pueblo quien debe elegir».