¿La elección de Trump es un síntoma de un mal mayor: la decadencia de EE.UU.?
Según las encuestas más recientes, la tasa de aprobación del presidente Donald Trump es de alrededor de 37 por ciento, la más baja de un primer mandatario estadounidense con tan pocos meses al frente del país. Una gran mayoría de la población tiene legítimas preocupaciones sobre su capacidad para gobernar a esta poderosa nación, y se asombran de que haya llegado a la Casa Blanca.
Sin embargo, cabe preguntarse si la elección de Trump es un síntoma de un mal mayor: la decadencia de Estados Unidos. Es una pregunta legítima: todos los grandes poderes –el Imperio Romano, el español donde no se ponía el sol, el Reino Unido– han tenido sus momentos de gloria y su inevitable caída.
En el último medio siglo podemos advertir algunos cambios alarmantes en la sociedad estadounidense. Aunque los trabajadores del país sean de los más productivos del mundo, se ha perdido la llamada ética puritana del trabajo, pilar del desarrollo y prosperidad alcanzados en siglos anteriores. De las costumbres austeras del protestantismo, se ha pasado al hedonismo sin freno del consumismo. Antes, los ciudadanos guardaban parte de su ingreso en una cuenta de ahorro. Ahora las tarjetas de crédito hacen que las familias se endeuden y vivan “al día”. O peor. Cuando cobran, ya han gastado el importe del cheque recibido. Se le ha perdido el respeto al dinero. Niños de poca edad exigen teléfonos de alta tecnología y altos precios. Ya no se ven pequeños jugando en las calles. Están en las casas mirando la televisión, sus tabletas o juegos de video.
Rara vez las familias se sientan juntas a comer. Y si lo hacen, muchas veces cada uno está mirando su teléfono. En la era de las comunicaciones, los seres humanos hablamos menos entre nosotros. Ha aumentado el número de personas que padecen de depresión. Otra serie de trastornos de salud han surgido por los efectos del estrés debido a un ritmo de vida acelerado y exigencias económicas para poseer todos los nuevos productos.
La política ha cambiado también. Más que nunca antes, se mueve con dinero y más dinero. La decisión de la Corte Suprema de permitir a compañías hacer donaciones sin límites a las campañas políticas ha empeorado un problema ya grave. Lo que se gasta en cada elección es inmoral. En definitiva, a la larga los políticos se sienten comprometidos con los que los financian. Surge entonces el poder de ciertos grupos con intereses particulares. Un ejemplo claro es el National Rifle Association. Han impedido cualquier política sensata sobre el control de las armas. Las muertes por armas de fuego ya no son noticias a no ser que se trate de una masacre. Otro valor fundamental de la política se ha perdido; el arte de negociar, de llegar a acuerdos, de “compromise”. La polarización entre los dos partidos principales es algo inédito.
La gente vive tan crispada que alguien pueden matar por un puesto para aparcar o porque otro automóvil se le adelante en la carretera. El road rage o cólera motorista cobra víctimas de continuo. La globalización y el desarrollo de la tecnología ha hecho que se eliminen muchos empleos, y no todos han sabido reinventarse para sobrevivir en el nuevo mundo laboral. Tampoco los gobiernos le han dado la ayuda necesaria.
Es una sociedad donde se valora más a cualquier celebridad que a un maestro de escuela, en que un deportista gana millones de veces más que un profesor universitario, un médico o un científico que investiga la cura del cáncer. Se aumenta el presupuesto para las armas, pero se disminuye el de la educación. Cada día el nivel de instrucción en las escuelas es menor. Se olvida que la mayor riqueza de las naciones está en sus recursos humanos.
Quizás todos estos problemas y confusión en la escala de valores, que solo esbozamos aquí a vuelo de pájaro, causaron que tantos en el país votaran por Donald Trump, un millonario estrella de televisión, con un discurso populista, escasa cultura, y actitud de guapo de barrio. Él supo hablarles de sus frustraciones, aunque hasta ahora no ha presentado ningún plan coherente para aliviarlas. De ahí que vaya perdiendo popularidad, incluso en su base.
¿Tiene aún reservas el país para evitar su decadencia? Creo que sí. Quizás un síntoma tan alarmante como la elección de Trump actúe como una terapia de choque para que los otros dos poderes, el Judicial y el Legislativo, ejerzan al máximo su capacidad para restringir cualquier iniciativa insensata del poder ejecutivo. Quizás los ciudadanos, en el pasado indiferentes a la hora de las elecciones, comprendan mejor el poder da cada voto y en el futuro acudan en mayor número a las urnas.
Claro, hay otros peligros en la arena mundial… pero ya eso sería tema para otro artículo.
Escritora y periodista cubana.