Andar tan cerca del sitio en que Fidel, hecho Sierra, permanece como hace el corazón, fijo y latiendo, en el centro del pecho ancho de Cuba que es Oriente, que es Santiago; obliga a ir a ese encuentro en que el respeto, la gratitud, la erguida frente y la mirada recta, afirman el compromiso, la certeza de ser continuidad.
Aunque haya compañía, al lugar de la roca se entra solo, porque hay cosas que el silencio dice que es solo para dos, que nada más entiende el hijo, si habla el padre, y el padre solo comprende cuando el hijo le confiesa.
Así, en la íntima cercanía que provee Santa Ifigenia, altar de la Patria, acudió el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, al encuentro de Fidel, al diálogo de emociones contenidas que pregunta: ¿cómo vamos?, y responde: vamos bien.
Pesa un país cuando se lleva en los hombros, y bajo tales asedios que nada más Cuba sabe; pero se lleva y se vence porque no son solo sus hombros, sino los de todo un pueblo.
Tras el tributo escribió, con la brevedad de lo profundo: «El homenaje de siempre»; un siempre que no habla de cada vuelta a Santiago, sino de cada día que amanece, pensándolo y honrándolo, mientras empuja un país.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)