Gutiérrez era un referente muy joven de su sector. Desde niño había conocido lo que era trabajar en el socavón de las minas de Colquiri, en la provincia de Inquisivi, departamento de La Paz. Quince años de su vida los pasó ahí, en el subsuelo, trabajando en la extracción del estaño y el zinc. La FSTMB que él representaba ya había sacado un comunicado el 22 de octubre después de que recibió el ataque: “Denunciamos ante la opinión pública nacional e internacional, organismos de los Derechos Humanos y otros, que nuestro compañero Orlando Gutiérrez Luna, secretario ejecutivo de la FSTMB, ha sufrido un atentado contra su vida, quien se encuentra herido de gravedad, muy delicado de salud, en una clínica de la ciudad de La Paz por afrontar una lucha tenaz en contra de este régimen de dictadura, del gobierno antipopular de transición”.
En el mismo texto, la federación minera señaló que su vida corría peligro: “Gutiérrez y su familia recibieron muchas amenazas de muerte por las redes sociales por parte de la derecha, pero al verse derrotados en las urnas en los comicios del domingo 18 de octubre, en su desesperación recurren a esta manifestación de violencia totalmente antidemocratica, agrediendo cobardemente a nuestro compañero dirigente”.
El sector sindical que representaba dio los primeros indicios sobre qué grupos políticos podrían haber organizado el ataque. Aunque lo atribuyó al genérico de “la derecha fascista”, fue un poco más allá: habló de “pititas, plataformas, sicarios y matones”. Un modus operandi semejante al que se vio en los días posteriores al golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019 contra el gobierno de Evo Morales. El caso del periodista argentino Sebastián Moro, quien cubría los hechos para PáginaI12, es un antecedente muy próximo.
El nombre de pititas proviene de las sogas con que manifestantes de clase media y media acomodada cortaban las calles de Bolivia cuando gobernaba Morales y salían a protestar contra el máximo referente del MAS. A estos grupos les quedó ese mote, aunque en el país del Altiplano abundan patotas orgánicas e inorgánicas en distintas variables de la derecha, más y menos violentas, que hicieron de la intimidación política un fin desestabilizador en sí mismo. Las más agresivas surgieron en Santa Cruz, el feudo del gran derrotado en los comicios, Luis Fernando Camacho. Un abogado ultraderechista que tras el derrocamiento de Evo se presentó en la Casa de Gobierno, y ante la ausencia del presidente constitucional, colocó su proclama sobre una biblia y la bandera boliviana arrodillándose en el piso. Los cívicos – nombre por el que se conocen a quienes le siguen – son una parte de esta fauna, aunque no la única.
La llamada Resistencia Juvenil Cochala (RJC) es otro espacio antimasista que surgió casi como una reunión de amigos. Fueron siete jóvenes sin militancia política sus fundadores, identificados por su visceral rechazo al expresidente Morales. Pero su dinámica beligerante en las calles hizo que en sus filas llegara a haber unos 5 mil militantes activos, como públicó este diario en febrero pasado. Cochala es la manera coloquial con que se nombra a los nacidos en Cochabamba. De ese departamento boliviano no es solo Evo. También su encarnizado adversario, el exministro de Gobierno golpista – despedido por Añez después de las elecciones – Arturo Murillo. Ahora es un hombre en problemas en la Bolivia que empezó su retorno a la democracia plena, pero con graves peligros que el MAS no debería subestimar. La muerte de Orlando Gutiérrez es un aviso. La derecha derrotada en las urnas sigue intacta dispuesta a todo para desestabilizar al gobierno que asumirá el 8 de noviembre.
La elección del 18 de octubre
El día de la victoria electoral por aplastante mayoría, Orlando Gutiérrez lucía su casco minero de color rojo con las imágenes del Che Guevara, el tío de los socavones – un personaje mítico- y el nombre de Colquiri, su terruño. Mascaba coca y se lo percibía muy feliz. Un periodista que le salió al paso le preguntó lo que sentía por la vuelta del MAS al gobierno y no se aguardó nada, como era casi siempre él.
“Este triunfo lo vivo con conciencia de pueblo, porque con el pueblo no se juega, cuando el pueblo ve afectados sus intereses colectivos, sobre todo los de una Bolivia para las futuras generaciones, sale a las calles. Solo nosotros podíamos hablar de revolución, tanto en las calles como en las urnas. Les hemos dado un sopapo, un revés. Hemos votado contra la discrminación, contra la prepotencia, porque han lastimado a lo más profundo de los bolivianos, nuestra pollera, nuestra Wiphala, la Pachamama, nuestras tradiciones ancestrales”, dijo aquel domingo 18 de octubre el referente minero, a quien se atribuía que podía ocupar la jefatura del Ministerio de Trabajo en el gobierno electo de Arce.
Gutiérrez era un orador filoso que siempre recordaba de dónde provenía, de su origen obrero y campesino. En una entrevista que le realizó este periodista a mediados de julio pasado, explicó: “Si hablamos de los mineros estamos hablando de la historia de Bolivia. Si hablamos de la creación de la gloriosa Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia es la columna vertebral de la COB. Nosotros nos consideramos punta de lanza en la lucha. Por eso lastimosamente tenemos muchos mártires y es lo que nuestros antepasados nos han enseñado, nuestro legado. Nos han dejado ese principio único de lucha para no ser más oprimidos por gobiernos neoliberales y capitalistas”.
Hoy, después de conocerse su muerte violenta, lo despidió además de Arce, el expresidente Morales. “Joven, valiente y comprometido minero de la histórica FSTMB y militante del proceso de cambio”, lo definió Evo.
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SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)