Templo de Dios, Olimpo en la llanura,
junto a un río de playas amarillas,
donde se bañan ebrios de verdura
los sauces lujuriosos de la orilla,
te levantas soberbia y orgullosa
cual hito indicador en la lomada,
a veces emocional y bulliciosa,
otras veces apacible y apagada.
En la paz de las siestas tu reposas
dormida en las riveras desoladas.
Te arrullan las corrientes rumorosas
y el rumor de tus frondas encantadas.
Digo: ¡Gualeguaychú, de mis amores!
y exalto de tu hijos las grandezas
Parnaso de poetas y cantores
que cantaron en versos tu belleza.
Amo tus plazas, tu aptitud, tu gentes
Sencilla y franca, amigable y sana,
como el canto dorado de tus fuentes
como la placidez de tus mañanas.
Y en la estrofa final de mi poesía,
quiere cantar mi verso ciudad amada::
¡Aquí se ha de quedar el alma mía
cuando llegue el final de mi jornada!
Juan Manuel Oliveira
junto a un río de playas amarillas,
donde se bañan ebrios de verdura
los sauces lujuriosos de la orilla,
te levantas soberbia y orgullosa
cual hito indicador en la lomada,
a veces emocional y bulliciosa,
otras veces apacible y apagada.
En la paz de las siestas tu reposas
dormida en las riveras desoladas.
Te arrullan las corrientes rumorosas
y el rumor de tus frondas encantadas.
Digo: ¡Gualeguaychú, de mis amores!
y exalto de tu hijos las grandezas
Parnaso de poetas y cantores
que cantaron en versos tu belleza.
Amo tus plazas, tu aptitud, tu gentes
Sencilla y franca, amigable y sana,
como el canto dorado de tus fuentes
como la placidez de tus mañanas.
Y en la estrofa final de mi poesía,
quiere cantar mi verso ciudad amada::
¡Aquí se ha de quedar el alma mía
cuando llegue el final de mi jornada!
Juan Manuel Oliveira