Carlos Cabrera Perez
El presidente Andrés Manuel López Obrador, el más grande travestido político de México, agredió a las víctimas del castrismo para congraciarse con su huésped Díaz-Canel al que no dará ni la hora en términos económicos; y propone que su homólogo cubano asuma su cinismo, cobrando de Estados Unidos y criticando al imperialismo norteamericano.
Si de perdones se trata, que empiece Díaz-Canel disculpándose públicamente por su incitación a la violencia de unos cubanos contra otros; mientras no lo haga, ya podrá el felón presidente de México ofender y agredir a las víctimas; los cubanos perdonan, pero no olvidan.
López-Obrador es el el sheriff migratorio de Estados Unidos en la región, desde la época Trump, cobrando desde entonces por hacer de muro de contención a las riadas de pobres latinoamericanos, incluidos cubanos, que intentan cruzar la frontera norte de México hacia tierras de riqueza y libertad.
Los cínicos políticos basan su actuación en la incoherencia, pues calificando a Cuba como Sagunto y Numancia, se suma al coro de canallas que prefiere los cubanos mueran de hambre y sin medicamentos, con tal de ellos disponer de un contrapeso en la balanza geopolítica hemisférica y hacerse perdonar por el ala izquierda de MORENA, la coalición que lo aupó a Los Pinos y los mataperros del Socialismo del Siglo XXI.
Su injusto ataque ocurre cuando Europa y Estados Unidos han condenado al gobierno cubano por sus violaciones de derechos humanos y ha sancionado a sus máximos represores; más vale a López Obrador que gobierne México, reduciendo pobreza y narcotráfico que andar zascandileando con los verdugos del noble y empobrecido pueblo cubano.
Los cubanos necesitan libertad y democracia no consejos injerencistas de un trasnochado amoral y sicario de las peores causas en América Latina, por muy honorable que parezca en público, incluidas sus poses intelectualoides, tras comprar a varios creadores a golpe de cheque bancario.
Sorprende que el mandatario pida a a los cubanos de Miami que se reconcilien con la dictadura que los exilió y que llamó a una guerra civil el 11 de julio, cuando se pasa la vida agitando el fantasma colonial contra España, pidiendo se disculpe por la conquista y colonización.
Si el presidente de México tuviera un átomo de vergüenza acudiría al Registro Civil para ponerse patronímicos indígenas y borrar su ascendencia española y evitar que algún investigador acucioso descubra un antepasado cruel, como López Obrador pinta la España colonial, obviando los genocidios perpetrados por mayas y aztecas.
Tampoco tenía necesidad de remontarse a la ocupación romana de España, aludiendo a Sagunto y Numancia; pues en la propia historia de México, está uno de los mayores ejemplos de resistencia: Los niños héroes de Chapultepec, cadetes mexicanos que murieron defendiendo el entonces colegio militar ante el avance del ejército norteamericano, en 1847, desobedeciendo la orden de retirada.
Pero como se trata de un hecho que alude al rico vecino que paga puntualmente sus servicios de alguacil migratorio, se escabulló yéndose a la cómoda España romana, para no enfadar a la Casa Blanca y que Biden privilegie a Guatemala por encima de México en la transferencia de fondos en dólares; cobardía que retrata a López Obrador como pigmeo moral y traidor de América Latina.
Su idea de reconciliación de Miami con La Habana se reduce al envío de remesas y a viajes familiares para gastar más dinero en las estancias en Cuba de emigrados, a los que su socio de ocasión, Díaz-Canel, desprecia, privándolos de derechos políticos en su patria, desterrando a médicos durante 8 años, y cobrándoles tarifas de atraco, al estilo de la legendaria mordida mexicana.
Los cubanos no necesitan de injerencia extranjera alguna para reconciliarse, una vez que la dictadura más antigua de Occidente asuma los cambios necesarios para promover la democratización de Cuba y -si no lo hace- los ciudadanos se lo impondrán, como ya hicieron con la Tarea ordenamiento, Reina por un día, y con su valeroso gesto del 11 de julio.
Los cubanos de Miami y del resto de la emigración no son resentidos, sino ciudadanos libres y generosos que crean riqueza en tierras ajenas y en diferentes idiomas y ayudan a sus familiares rehenes de la dictadura en Cuba.
Resentidos son Raúl Castro, sin coraje para asumir el reto Obama, pero enriqueciendo a su clan familiar a costilla de los cubanos; Miguel Díaz-Canel, con su lenguaje guerracivilista y sus ademanes de Pedro Navaja; Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, nuevo rico con el dinero de todos, y su criado Manuel Marrero, sujetos imbuidos en tal afan de lucro, que siguen promoviendo la construcción de activos inmobiliarios de lujo, mientras Cuba se desangra de coronavirus y hambre de alimentos y medicinas.
Que López Obrador sienta gozo en ser cipayo a sueldo de los norteamericanos es su problema, pero no debe agredir a los cubanos, aun cuando Díaz-Canel se lo consienta porque su concepto de soberanía llega hasta la cantidad de dólares norteamericanos y donaciones a recaudar para seguir creyéndose reyerzuelo en un reino de la pobreza material y espiritual, a la medida de un clan mafioso y extractivo.
Los zapatista avisaron de la bajeza moral del Peje, cuando López Obrador dejó el PRI porque no satisfizo su ego y no paró hasta ser presidente, uniéndose incluso a quienes criticaba acervamente desde su condición de asalariado del sistema al que dijo pretender reformar; pero que se quedó en chicha ni limoná.
La política hace extraños compañeros de cama, y López Obrador no hace ascos a nadie porque, hace años, descubrió que era preferible vivir de rodillas, lamiendo las botas de quien pague su servilismo; que morir de pie, como los valerosos niños héroes de Chapultepec.