Si bien es cierto que el origen teórico e ideológico de las tendencias socialistas y comunistas es común, existe una significativa diferencia entre socialismo y comunismo desde el punto de vista económico, político y sociológico.
Comúnmente se suele entender que el comunismo es la fase última de la teoría socialista. Con el paso de los años y la aparición de nuevos modelos sociopolíticos y económicos ambas tendencias ideológicas se han distanciado. Mayormente gracias a nuevas perspectivas mixtas y la convivencia con el modelo capitalista y de libre mercado.
Las principales diferencias entre socialismo y comunismo en clave de sistemas económicos residirán especialmente en el modo en que se perciban aspectos como el control gubernamental de la actividad económica y la propiedad de los factores de producción, el mayor nivel de libre competencia en sus mercados y la regulación estatal en materia social.
En ese sentido, suele considerarse que si bien un modelo comunista es más estricto desde el punto de vista gubernamental, los países con modelos socialistas han ido evolucionando en mayor o menor medida hacia modelos socialdemócratas. Modelos, en este sentido, más adaptados al libre comercio o la existencia de mayor defensa de la propiedad privada y menor papel e influencia del Estado.
Puntos de diferencia entre socialismo y comunismo
Existe una serie de puntos en los cuales estas teorías muestran puntos de distinción y que las definen:
El papel del Estado: En primer lugar, el socialismo asume que el poder institucional debe regir el sistema económico y político de un país y regular la convivencia del sector privado. Por su parte el comunismo establece que solamente el Estado debe contar con el control de los medios de producción como modo de lograr el crecimiento económico.
La lucha de clases: Mientras que el socialismo entiende que debe regularse la convivencia entre ellas, el comunismo establece que es necesaria su eliminación, llevando a todo individuo en una sociedad igualitaria (clase proletaria) y de Estado.
Propiedad privada: El socialismo asume que la propiedad de factores de producción puede recaer en manos privadas y no solamente en el Estado, pese a que el objetivo de la economía nacional debe perseguir un control de recursos estatales igualitario y con carácter social. Para ello, se busca la propiedad pública de ámbitos clave como la sanidad, las infraestructuras, la educación o la energía. El comunismo, en cambio, establece un control estatal total de los mismos como forma de conseguir la igualdad social.
Relación con el capitalismo: Mientras el socialismo se ha ido adaptando hacia modelos mixtos o de convivencia en entornos de libre competencia, el comunismo se opone firmemente a modelos capitalistas y aboga por su eliminación en las naciones.
Grado democrático: En países socialistas coexisten distintos partidos políticos de distintas tendencias y existe un mayor nivel de democracia, mientras que en los comunistas existe un único partido gestor y de obligada suscripción.
Nivel de burocracia: En los Estados con modelo socialista existe un mayor nivel de discusión social y participación de las instituciones en materia como la sanidad o la educación. Por el contrario, en el comunismo no hay lugar para la vida política y toda decisión es tomada por el aparato del Estado e impulsadas por medio de la fuerza.
Origen del socialismo
Tradicionalmente, el socialismo es una doctrina que exige la sustitución de la propiedad privada por la colectiva en los medios de producción, cambio y distribución; del mismo modo, pide la distribución igualitaria de la riqueza y la eliminación de las clases sociales.
Los antecedentes del socialismo son tan antiguos como la propia historia de la humanidad, pero el término “socialismo” fue acuñado a principios del siglo XIX. De hecho, en las aportaciones de los socialistas utópicos (Robert Owen) y, sobre todo, en los escritos de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) se hallan los antecedentes más inmediatos del socialismo moderno.
En la actualidad, el socialismo se identifica con posturas ideológicas que aceptan el libre mercado en lo económico, aunque con una significativa intervención del Estado para corregir diferencias sociales.
Primeras críticas al capitalismo
Con los socialistas utópicos o pre-marxistas aparecieron las primeras críticas radicales al capitalismo, principalmente dirigidas a las bases de un sistema que consideraban causante de la miseria en que se hallaban sumidas grandes masas de la población. Estos llamamientos por parte de los primeros socialistas tenían procedencias y orientaciones bien distintas; sin embargo, había en todos ellos una idea central común: hacer desaparecer los motivos que determinaban que unos hombres explotaran a otros.
Robert Owen (1771-1858) fue la figura más destacada del primer socialismo inglés, quien propugnaba la creación de ciudades de tipo cooperativo; por su parte, los socialistas ricardianos esbozaron las teorías de la explotación y la plusvalía, argumentando que el sistema de salarios privaba al trabajador de una parte del producto de su labor.
Asimismo, el socialismo francés tuvo una gran influencia durante todo el siglo XIX. Henri de Saint-Simón (1760-1825) trató de instaurar una nueva ética social que regulara las relaciones entre ricos y pobres. De forma paralela, Charles Fourier (1772-1837) se propuso reorganizar la sociedad de tal modo que llegara a la armonía por medio de la formación de asociaciones cooperativas; y, finalmente, Joseph Proudhon (1809-1865) fue el primer reformador social que se dio a sí mismo el nombre de anarquista: fue defensor de la teoría del valor-trabajo y expuso una reforma del sistema monetario que acabara con la escasez de crédito.
Marx y Engels
Tanto para Marx como para Engels, el socialismo es un estadio intermedio entre el capitalismo y el comunismo, un tipo de formación que sucederá al capitalismo, del mismo modo que éste sucedió al feudalismo. Según la interpretación marxista, el capitalismo será derrotado y el socialismo surgirá como consecuencia de la lucha de clases y las consiguientes revoluciones proletarias que las contradicciones internas del propio sistema capitalista genera.
Es más, para ambos autores, el fin del socialismo es satisfacer las necesidades materiales y culturales de toda la sociedad y de cada uno de sus miembros, atendiendo al desarrollo de manera planificada de la economía nacional e incrementando la productividad del trabajo social.
Bajo esta perspectiva, la economía socialista se apoya en la propiedad estatal, que pertenece al pueblo a través del Estado, y en la propiedad cooperativa, que define la que corresponde a un conjunto de grupos, a una colectividad. Es decir, la primera comprende las empresas del Estado relacionadas con la industria, el transporte, las comunicaciones, la agricultura y el comercio; mientras, el sector cooperativo se compone de las formaciones de consumo.
¿Qué es el socialismo democrático?
Los socialistas democráticos creen que tanto la economía como la sociedad deben funcionar democráticamente para satisfacer las necesidades públicas, no para obtener ganancias para unos pocos. Para lograr una sociedad más justa, muchas estructuras de nuestro gobierno y economía deben ser transformadas radicalmente a través de una mayor democracia económica y social para que los estadounidenses comunes puedan participar en las numerosas decisiones que afectan a nuestras vidas.
La democracia y el socialismo van de la mano. En todo el mundo, dondequiera que se haya arraigado la idea de democracia, también se ha arraigado la visión del socialismo, en todas partes menos en los Estados Unidos. Debido a esto, se han desarrollado muchas ideas falsas sobre el socialismo en Estados Unidos.
¿Socialismo no significa que el gobierno será el dueño y administrador de todo?
Los socialistas democráticos no quieren crear una burocracia gubernamental todopoderosa. Pero tampoco queremos que las grandes burocracias corporativas controlen nuestra sociedad. Más bien, creemos que las decisiones sociales y económicas deben ser tomadas por aquellos que sean los más afectados por estas decisiones.
Hoy en día, los ejecutivos de las corporaciones, que solo responden ante sí mismos y unos pocos accionistas adinerados, son quienes toman decisiones económicas básicas que afectan a millones de personas. Los recursos se utilizan para hacer dinero para los capitalistas más que para satisfacer las necesidades humanas. Creemos que los mismos trabajadores y consumidores que son afectados por las instituciones económicas deberían ser sus propietarios y controlarlas.
La propiedad social podría adoptar muchas formas, tales como las cooperativas de trabajadores o las empresas de propiedad pública administradas por representantes de los trabajadores y los consumidores. Los socialistas democráticos favorecen la mayor descentralización posible. Si bien las grandes concentraciones de capital en industrias como la energía y el acero pueden requerir alguna forma de propiedad estatal, muchas industrias de bienes de consumo podrían funcionar mejor como cooperativas.
Los socialistas democráticos han rechazado durante mucho tiempo la creencia de que toda la economía debería planificarse de forma centralizada. Si bien creemos que la planificación democrática puede dar forma a importantes inversiones sociales como el transporte público, la vivienda y la energía, se necesitan mecanismos de mercado para determinar la demanda de muchos bienes de consumo.
¿El socialismo no ha sido desacreditado por el colapso del comunismo en la URSS y Europa del Este?
Los socialistas han estado entre los críticos más duros de los estados comunistas autoritarios. El hecho de que sus élites burocráticas los llamaran «socialistas» no significaba que lo fueran; también llamaron a sus regímenes «democráticos». Los socialistas democráticos siempre se opusieron a los estados unipartidistas gobernantes de esas sociedades, al igual que nosotros nos oponemos a las clases dominantes de las sociedades capitalistas. Aplaudimos las revoluciones democráticas que han transformado al antiguo bloque comunista. Sin embargo, la mejora de la vida de las personas requiere una democracia real sin rivalidades étnicas y/o nuevas formas de autoritarismo. Los socialistas democráticos seguirán desempeñando un papel clave en esa lucha en todo el mundo.
Además, la caída del comunismo no debería cegarnos ante las injusticias en nuestro país. No podemos permitir que todo radicalismo sea descartado como «comunista». Esa supresión de la disidencia y la diversidad socava la capacidad de los Estados Unidos de cumplir con su promesa de igualdad de oportunidades, sin mencionar las libertades de expresión y reunión o asociación.
Las corporaciones privadas parecen ser algo que no va a cambiar en EE. UU., ¿para qué dirigirnos entonces al socialismo?
A corto plazo, no podemos eliminar las corporaciones privadas, pero podemos ponerlas bajo un mayor control democrático. El gobierno podría usar regulaciones e incentivos fiscales para alentar a las empresas a actuar para el interés público y prohibir actividades destructivas como la exportación de empleos a países de bajos salarios y la contaminación de nuestro medio ambiente. La presión pública también puede desempeñar un papel fundamental en la lucha por hacer que las corporaciones rindan cuentas. Sobre todo, los socialistas se apoyan en los sindicatos para hacer que las empresas privadas sean más responsables.
¿No es el socialismo poco práctico porque la gente perderá la motivación para trabajar?
No estamos de acuerdo con la suposición capitalista de que el hambre o la codicia son las únicas razones por las cuales la gente trabaja. Las personas disfrutan de su trabajo si es significativo y mejora sus vidas. Trabajan con un sentido de responsabilidad hacia su comunidad y la sociedad. Aunque uno de los objetivos a largo plazo del socialismo es eliminar todos los tipos de trabajo excepto los más agradables, reconocemos que los trabajos poco atractivos permanecerán por mucho tiempo. Estas tareas se distribuirían entre la mayor cantidad de personas posible en lugar de distribuirse sobre la base de la clase, la raza, la etnia o el género, como ocurre con el capitalismo. Y este trabajo indeseable debería estar entre los mejores trabajos recompensados dentro de la economía, no los peores. Por ahora, la carga de hacer que un trabajo sea más agradable debe recaer sobre el empleador, mediante el aumento de salarios, la provisión de beneficios y el mejoramiento del entorno laboral. En resumen, creemos que una combinación de incentivos sociales, económicos y morales motivará a las personas a trabajar.
¿Por qué no existen modelos de socialismo democrático?
Aunque ningún país ha instituido plenamente el socialismo democrático, los partidos socialistas y los movimientos laborales de otros países han obtenido muchas victorias para sus pueblos. Podemos aprender del estado de bienestar integral que mantienen los suecos, del sistema nacional de atención médica de Canadá, del programa nacional de cuidado infantil de Francia y de los programas de alfabetización de Nicaragua. Por último, podemos aprender de los esfuerzos iniciados aquí mismo en los EE. UU., como los centros de salud comunitarios creados por el gobierno en la década de 1960. Brindaron atención familiar de alta calidad, con participación de la comunidad en la toma de decisiones.
Pero, ¿no ha fallado el experimento socialdemócrata europeo?
Muchos países del norte de Europa disfrutan de una enorme prosperidad y una relativa igualdad económica gracias a las políticas de los partidos socialdemócratas. Estas naciones utilizaron su riqueza relativa para asegurar un alto nivel de vida para sus ciudadanos: altos salarios, atención médica y educación subvencionada. Más importante aún, los partidos socialdemócratas apoyaron fuertes movimientos laborales que se convirtieron en actores centrales en la toma de decisiones económicas. Pero con la globalización del capitalismo, el viejo modelo socialdemócrata se vuelve cada vez más difícil de mantener. La dura competencia de los mercados laborales de bajos salarios en los países en desarrollo y el temor constante de que la industria se traslade para evitar impuestos y regulaciones laborales estrictas ha disminuido (pero no eliminado) la capacidad de las naciones para lanzar ambiciosas reformas económicas por su cuenta. La reforma socialdemócrata ahora debe ocurrir a nivel internacional. Las corporaciones multinacionales deben ser sometidas a controles democráticos y los esfuerzos organizativos de los trabajadores deben traspasar las fronteras.
Ahora, más que nunca, el socialismo es un movimiento internacional. Como siempre han sabido los socialistas, el bienestar de los trabajadores en Finlandia o California depende en gran medida de los estándares en Italia o Indonesia. Como resultado, debemos trabajar hacia reformas que puedan resistir el poder de las multinacionales y los bancos globales, y debemos luchar por un orden mundial que no esté controlado por banqueros y patrones.
¿No es un partido que compite por los votos y el apoyo con el Partido Demócrata?
No, no somos un partido separado. Al igual que nuestros amigos y aliados en los movimientos feministas, de trabajadores, de derechos civiles, religiosos y de organización comunitaria, muchos de nosotros hemos estado activos en el Partido Demócrata. Trabajamos con esos movimientos para fortalecer el ala izquierda del partido, representada por el Caucus Progresista del Congreso.
El proceso y la estructura de las elecciones estadounidenses dañan seriamente los esfuerzos de un tercer partido. Las elecciones en las que el ganador se lo lleva todo en lugar de la representación proporcional, los rigurosos requisitos de calificación de los partidos que varían de un estado a otro, un sistema presidencial en lugar de parlamentario y el monopolio bipartidista del poder político han condenado los esfuerzos de un tercer partido. Esperamos que, en algún momento en el futuro, en coalición con nuestros aliados, sea viable un partido nacional alternativo. Por ahora, continuaremos apoyando a los progresistas que tienen una posibilidad real de ganar las elecciones, lo que generalmente significa demócratas de izquierda.
Si voy a dedicar tiempo a la política, ¿por qué no debería centrarme en algo más inmediato?
Aunque el capitalismo estará con nosotros durante mucho tiempo, las reformas que ganemos ahora —aumentar el salario mínimo, asegurar un plan nacional de salud y exigir la aprobación de una legislación sobre el derecho de huelga— pueden acercarnos al socialismo. Muchos socialistas democráticos trabajan activamente en organizaciones monotemáticas (que trabajan sobre un solo tema) que abogan por esas reformas. Somos visibles en el movimiento por la libertad reproductiva, la lucha por la ayuda estudiantil, las organizaciones de gays, lesbianas, bisexuales y transgénero, los grupos antirracistas y el movimiento de los trabajadores.
Es precisamente nuestra visión socialista la que da forma e inspira nuestro activismo diario por la justicia social. Como socialistas, tenemos un sentido de interdependencia de todas las luchas por la justicia. Ninguna organización monotemática puede realmente desafiar al sistema capitalista o asegurar adecuadamente sus demandas particulares. De hecho, a menos que trabajemos todos colectivamente para lograr un mundo sin opresión, cada lucha por una reforma estará desconectada, e incluso será tal vez contraproducente.
¿Qué pueden hacer los jóvenes para llevar a Estados Unidos hacia el socialismo?
Desde el movimiento por los derechos civiles de la década de 1950, los jóvenes han desempeñado un papel fundamental en la política estadounidense. Han sido una fuerza tremenda para el cambio político y cultural en este país: al limitar las opciones de Estados Unidos en la guerra de Vietnam, al obligar a las corporaciones a deshacerse del régimen racista de Sudáfrica, al reformar universidades y al plantear cuestiones de discriminación por orientación sexual y género a la atención pública. Aunque ninguna de estas luchas fue librada solamente por jóvenes, todas presentaron a los jóvenes como líderes en coaliciones progresistas multigeneracionales. Los jóvenes también son necesarios en las luchas de hoy: por la atención médica universal y sindicatos más fuertes, contra los recortes de asistencia social y las corporaciones multinacionales depredadoras.
Las escuelas, colegios y universidades son importantes para la cultura política estadounidense. Son los lugares donde se formulan las ideas y se discuten y desarrollan las políticas. Ser una parte activa de esa discusión es un trabajo fundamental para los jóvenes socialistas. Tenemos que trabajar duro para cambiar los conceptos erróneos de la gente sobre el socialismo, ampliar el debate político y superar la falta de interés de muchos estudiantes en participar en la acción política. También fuera del campus, en nuestra vida cultural diaria, los jóvenes pueden cambiar el rumbo del racismo, el sexismo y la homofobia, así como el mito de los conservadores sobre las virtudes de los mercados «libres».
Si tanta gente malinterpreta el socialismo, ¿por qué seguir usando esa palabra?
Primero, nos llamamos socialistas porque estamos orgullosos de lo que somos. En segundo lugar, no importa cómo nos llamemos a nosotros mismos, los conservadores lo usarán en nuestra contra. El antisocialismo se ha utilizado repetidamente para atacar reformas que trasladan el poder a la clase trabajadora y lo alejan del capital empresarial. En 1993, el seguro nacional de salud fue atacado y derrotado por considerarlo «medicina socializada». Los liberales son denunciados habitualmente como socialistas para desacreditar la reforma. Hasta que enfrentemos y derrotemos el estigma asociado a la «palabra con S», se seguirá asfixiando la política y nuestras opciones serán limitadas en Estados Unidos. También nos llamamos socialistas porque estamos orgullosos de las tradiciones en las que nos basamos, de la herencia del Partido Socialista de Eugene Debs y Norman Thomas, y de otras luchas por el cambio que han hecho que Estados Unidos sea un país más democrático y justo. Finalmente, nos llamamos socialistas para recordarles a todos que tenemos una visión de un mundo mejor.
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