Sin embargo, hoy quiero hablar de la ciencia en
sí. De la ciencia que tenemos, de la que podríamos tener y de las
diferentes ciencias posibles. La ciencia es ciencia por su método pero
no por su objeto. Algunos de estos defensores de la ciencia parecen
olvidarse de que la ciencia es un elemento social unido a diferentes
aspectos filosóficos, económicos y humanos. Este aspecto, olvidado por
muchos, hace que se encumbre la ciencia como fin en sí mismo sin pararse
a analizar los objetivos y las consecuencias de la misma. El
indigenasimaginario occidental ha elevado el productivismo económico y
la tecnología al más elevado de los altares. El productivismo de la
modernidad, ha dado paso a un nuevo productivismo postmoderno en el que
los científicos no tienen ya porqué plantearse en qué ámbito trabajan ni
las razones por las que cayeron en este campo. Mantienen la idea de que
el fin de los males de la humanidad es el aumento de la productividad.
La ciencia es buena en sí, da igual todo lo demás. Deificando la ciencia
“imparcial” y olvidando el contexto en el que ésta se desarrolla.
Defienden la ciencia que hacen cada día, sin más. La consideran una
ciencia por encima de lo humano, por encima de lo económico, del bien y
del mal. Es ciencia porque sigue el método científico, por tanto, es
ciencia a defender. No suelen pararse a pensar por qué hay tantos
científicos en unos sectores y tan pocos en otros. ¿Los científicos
eligen ellos su línea de investigación? Se invierte en unas ciencias y
en otras no. ¿Quién decide las prioridades de financiación en el ámbito
público y privado y con qué objetivos? Sin financiación y sin
beneficios, no hay ciencia en un campo tan rentable para algunos como la
agricultura. Es esta ciencia indolente, asocial y erróneamente
deificada, la que dedica más fondos para investigar el tratamiento de la
calvicie que para la vacuna de la malaria. Aunque algunos se empeñen en
negarlo, el sector público no se salva de estos intereses.
Un buen ejemplo de esta ciencia indolente, es el de José Miguel Mulet
Salort, un investigador en ingeniería genética, muy respetado en los
blogs de divulgación científica en España, que tiene una cruzada abierta
contra la agricultura ecológica y en favor de los alimentos
transgénicos y su investigación. Es el autor del libro Los alimentos
naturales vaya timo. JM Mulet dedica buena parte de su tiempo a
desprestigiar, con un lenguaje de dudoso gusto, a organizaciones de todo
tipo que se movilicen en contra del desarrollo de los transgénicos o a
favor de la agricultura ecológica o tradicional. No se le oirá entrar en
muchos análisis económicos o sociales. Todos sus razonamientos son
científicos, por tanto definitivos. Este enfoque puramente productivista
y etnocéntrico ha marcado la filosofía, la política y la economía de
los países capitalistas y también de los países del llamado socialismo
real. Es un enfoque todavía muy asumido en occidente y es justamente el
que ha servido para la exclusión de millones de personas del sur durante
el siglo XX.
Partidarios y detractores de los transgénicos se centran una y otra
vez en las discusiones a nivel micro sobre casos y efectos sobre la
biodiversidad, sobre la salud humana, el consumo etc. Creo que es un
debate interesante pero que hace que se pierda la perspectiva sobre lo
que realmente importa. Y esa es justamente la pregunta. ¿Qué es lo que
realmente importa y a quién le importa? Como bien analiza Boaventura de
Sousa Santos en su Crítica a la razón indolente, la ciencia occidental
debe replantearse desde su origen y debe estar marcada por un claro
principio de precaución a todos los niveles. No solamente precaución
ambiental, sino precaución social, política y económica, teniendo en
cuenta el sentir de los pueblos del sur, siempre excluidos por la
historia y que no tienen ni voz ni medios para hacerse oír y marcar sus
prioridades. Los resultados sociales de la ciencia productivista
impulsada por el colonialismo en el sur son desastrosos. Pero hay quien
quiere prefiere seguir pensando que nuevos avances científicos van a
conseguir un mundo mejor. ¿Mejor para qué? ¿Qué es mejor para quién?
Estos investigadores de la ingeniería genética jamás se meten en
analizar los efectos sociales del desarrollo productivista de los
transgénicos prefieren repetir la santa verdad de que las mejoras
productivas de las especies son buenas, y ya está. Da igual quién impone
estas “mejoras” en el sur o en la zona rural. El contexto político y
económico, y que “los mercados” y las empresas sean las que han
conseguido en las últimas décadas el poder de inmponer a los
agricultores de todo el mundo sus criterios y su forma de producir a
través de acuerdos comerciale sinternacionales, no parece un dato a
tener en cuenta para con el desarrollo científico. Los argumentos
repetidos ad hominem han sido asumidos por buena parte de los
científicos indolentes de occidente: la selección antrópica tampoco es
natural, los químicos son naturales, lo natural no existe, lo natural es
todo, no hay evidencias… Pero todo por la producción. Eso es un bien
incuestionable. ¿La producción de qué y para qué? Se tiene muy claro qué
es lo que los países colonizados deben hacer para su “buen” desarrollo.
Su análisis se reduce al productivismo puro y duro e insisten en que
las mejoras genéticas de las especies pueden salvar al mundo. ¿Salvarlo
de quién?
El productivismo lleva fracasando más de un siglo en la lucha contra
el hambre y ha sido el principal motor de la exclusión social en el sur.
Allá donde llegaron nuestras grandes ideas occidentales de desarrollo,
neutrales, científicas y universales, es donde las los excluidos
perdieron más. Pero lo peor que perdieron fue la voz. Da igual cómo
quieran producir en el sur, nosotros tenemos la clave porque es
científica y no puede haber discusión. Sobre todo ahora que los precios
son globales. Todo por la producción pero sin el productor. Qué mas da
su opinión si nosotros, que tenemos la ciencia, ya pensamos por ellos.
¿Y si ellos prefirieran que la ciencia investigara otros aspectos y no
el aumento de la productividad de las especies que marca el mercado
global? Si las mejoras productivas no han servido para acabar con los
problemas de la gente del sur, ¿Por qué los ingeniron genéticos se
apuntan al lobby político-social productivista? Ellos suelen pensar que
sus opniones contribuyen al progreso de la ciencia. Sin embargo, en el
mundo capitalista en el que vivimos, no hace falta mirar muy lejos para
darse cuenta de que la ciencia no existe en sí misma desligada de los
intereses productivistas y de las empresas que sacan rentabilidad de
estos estudios. Son estas empresas, con Monsanto a la cabeza, las que
han conseguido marcar la agenda de desarrollo de los campesinos y
campesinas del sur. El señor Mulet, que se considera de izquierdas, se
desliga del gran capital con una escueta crítica sobre las patentes,
defendiendo que la ciencia es independiente y que se pueden liberar las
patentes como se ha hecho en algunos casos. Profundo análisis global
éste, que no tiene en cuenta los datos de la situación social “real” de
los países en los que el desarrollo de los transgénicos ha creado una
verdadera catástrofe social, pero eso no es ciencia, son daños
colaterales y prefieren ir a lo micro para el análisis pero a lo macro
para desprestigiar a todas las organizaciones que defienden otro modelo
productivo. Los objetivos de su ciencia y de sus ataques, es lo
criticable. No los argumentos científicos que utilicen para hacerlo.
Para ellos la ciencia es ciencia. Y querer frenar el desarrollo de los
transgénicos es anti-científico. Es ideología, vaya, y no tiene nada que
ver su trabajo. La ciencia debe ser libre a desarrollarse en su caótico
porvenir. ¿Es tan caótico y espontáneo este desarrollo? Al fin y al
cabo el señor Mulet es eso. Un capitalista de “izquierdas” que analiza
sus datos en su despacho sin mezclarse con agricultores negros o
indígenas, más que cuando coincide con alguno en una conferencia
internacional. Qué casualidad, también estos “representantes” del sur,
creen que se puede arreglar el mundo a través de los transgénicos. Esos
representantes a los que la “mano invisible” les fleta aviones para que
puedan ir a grandes conferencias internacionales…
Al mismo tiempo se dedica a criticar la agricultura ecológica y
tradicional con el sencillo argumento de que produce menos. El señor
Mulet no termina de entender el por qué la FAO y la ONU impulsan la
agricultura ecológica y tradicional porque produce menos y con eso está
todo dicho. No sé cómo se explicará el señor Mulet que la organización
más grande jamás creada, la Vía Campesina, que representa a más de 500
millones de campesinos y campesinas del mundo y en la que por fin tienen
voz los excluidos, defienda la agricultura tradicional y ecológica.
¿Les habrán convencido los enviados de la pseudociencia? ¿Las malvadas
ONG’s ecologistas habrán sido capaces de comer el coco a 500 millones de
personas? No. Son los olvidados, los sin voz, los excluidos a los que
nadie preguntó qué querían hacer con sus vidas. Esa gente que ellos
piensan que no saben lo que realmente quieren, esos que están
equivocados. Esa gente “subdesarrollada” de la que tanto tiempo se lleva
hablando en universidades occidentales para encontrarles un camino y
una solución.
Estos 500 millones de campesinos que son despreciados por el lobby
transgenetista cada día con sus enfoques, están hartos de las vidas que
les vendemos. Se están organizando y luchan contra el productivismo que
les es impuesto y contra los tránsgénicos. No luchan contra la ciencia,
luchan contra los que les dicen desde sus púlpitos cual debe ser su
ciencia y cómo deben desarrollarse, contra los que imponen una forma de
entender el mundo. Lo que deben ser y lo que tiene que ser importante
para ellos. Están hartos de gente como el señor Mulet que llevan
hablando de productividad demasiado tiempo desde sus despachos y que
fijan sus críticas sobre los que les defienden.
Este es el verdadero peligro de los científicos indolentes. Son los
nuevos Fukuyama de la postmodernidad científica. La ideología ha muerto y
nos queda lo único en lo que estaban de acuerdo la OTAN y el pacto de
Varsovia: el productivismo. Esta no es mi ciencia, es la ciencia
indolente de los sabios de occidente que no serán magufos pero que
sustentan, sin saberlo, la barbarie en el mundo y centran sus críticas
sobre organizaciones, con mejores o peores argumentos, que luchan por
defender a los excluidos. Si su objetivo es ayudar al sur, ya han
fracasado de antemano.
Afortunadamente, se están levantando los que nunca tuvieron voz para
contarnos lo que son y lo que quieren. Se están organizando. Son ese
ente oscuro y desconocido que no entendemos en Europa. Esa gente rara
que a veces prefiere “producir” menos. La ciencia que yo defiendo es la
ciencia puesta al servicio de los intereses de las personas, de los
diferentes intereses que los Mulets no entienden. De los diversos mundos
que quieren existir y no les dejamos. Los problemas del sur no van a
arreglarse con la ciencia que los Mulets representan, entre otras cosas,
porque seguimos sin escuchar a la gente del sur para saber cuáles son
sus problemas. Quinientos millones de campesinos están deseando
explicarle al señor Mulet por qué prefieren la agricultura tradicional y
ecológica a la agricultura productivista que este “divulgador”
defiende. Escuchémosles.
Capitán Patagonia