Al despertar nuestra conciencia crística creamos un mundo nuevo.
Cada persona en la Tierra es como una semilla; potencial puro esperando a ser transformada en una flor. Quizás no hayamos descubierto nuestros atributos divinos, mas ellos yacen en nosotros, esperando ser llamados. Nuestro potencial perfecto —la esencia misma de nuestra plenitud— está en nosotros. Dicha esencia es nuestra conciencia crística. Al despertar a esa conciencia, somos transformados. Al vivir partiendo de ella amamos como lo hizo Jesús. Forjamos un mundo de paz y gozo.
Con cada nuevo día, reconocemos la promesa de paz en nuestros corazones y en nuestro mundo. Como seres humanos todos somos parte del jardín radiante de Dios aquí en la Tierra, expresiones oportunas y perfectas de paz y armonía.