CULTIVANDO PESCADO
GAO Y PESCAO O PESCAO EN EL GAO
El viceprimer ministro del régimen Jorge Luis Tapia ha lanzado al aire otra locura comunista: la cría de peces en estanques familiares.
Por Ramón Fernández Larrea
María Elena Pena fue una cantante y una visionaria. Parecía un disparate aquella canción suya, un sueño rabioso o imágenes producidas por alguna droga.
Y no. La droga estaba en el aire y ella la vio, la palpó y entendió el desatino de aquella revolución donde se esfumaban cosas y aparecían otras muy absurdas que no le servían a nadie. Nosotros, los cubanos de aquella época, nos burlábamos sonrientes cuando ella cantaba aquello de: “Hay golondrinas y no es primavera, y una ballena en una pecera”.
Cuarenta años más tarde la ballena en la pecera es casi posible, hija de una orden imperiosa. Una sugerencia triste de ese desgobierno que siempre ha querido que los cubanos coman de su mano estrictamente lo que les puede dar (que cada día es menos), para controlar y esperar que el pueblo lo agradezca.
En un país donde el gobierno reparte pollitos huérfanos para que la población invente cómo criarlos cuando los hijos no tienen nada que comer, no es extraño que a algunos se les ocurran ideas cada día más descabelladas: sembrar piñas en macetas, tomar guarapo cuando ya no existen cañas, que el limón sea la base de todo y habilitar estanques caseros para criar peces de agua dulce y de agua salada. En los años 90 la industria porcina a nivel de bañaderas, en casas y apartamentos, fue todo un éxito. Y las cochiqueras estatales, con excepción del Palacio de la Revolución y Villa Marista, quedaron vacías y desoladas.
Cuba tiene ríos que la recorren de arriba abajo, de norte a sur y de este a oeste. Arroyos, arroyuelos, hilillos de agua, zanjas y baches en cada cuadra, donde se acumulan agua y aedes aegyptis. La isla está rodeada de mar y de imbéciles por todas partes. Ellos, en esa continuidad que inauguró el Delirante en jefe, el que acabara con bosques y animales, con cañaverales y centrales azucareros, con fauna, flora, minerales y vegetales, todos en conjunto han llegado a evaporar peces de las presas y pejes del océano. No hay otro lugar en el mundo donde la ineficiencia sea tan efectiva y redonda, al punto que los habitantes de la isla cada vez tienen que ir más lejos para no morirse de hambre. Cualquiera pensaría que fue en Cuba donde se inventó la frase “ir a comer fuera”.
Ahora, tristemente, cambia todo por culpa de los ineptos que desgobiernan. Hasta la música. Ya suena casi a lamento aquel divertido estribillo que rezaba: “Si me pides el pescao, te lo doy. Te lo doy, te lo doy, te lo doy”. No sé de dónde lo vamos a sacar, a menos que ya cada cubano sea propietario de un estanque de 4x4 en sus viviendas. Y si la vivienda es justamente de 4x4, tendrían que vivir sumergidos junto a los peces.
Si uno busca en Google el nombre de Felipe Poey, el sabio cubano que estudió y clasificó nuestra fauna marina, aparecen, entre guajacones, truchas y manjuaríes, los rostros malencarados de dos criminales internacionales, bagres depredadores: Marx y Lenin, cuya ideología, teórica y práctica, dejó sin peces ríos, arroyos, charcos y mares adyacentes. Sería bueno ver dónde van a criar ellos el pescado que el pueblo debería comer.
Hoy en día, si un ciudadano de la isla quiere comer pescados y, con ellos, mantener el fuego vivo de su fósforo mental, no debiera acercarse a los ríos o al mar, sino criarlos en su propia vivienda. Con excepción de orcas, tiburones y picudas, vale todo. Pero no han dicho dónde se consiguen las crías para criar en los criaderos. Imagino que habilitarán algunos puntos donde adquirirlos y te preguntarán: ¿Son para mirar o para comer?
En cualquier sitio de este mundo con una medicina medianamente desarrollada, e incluso al nivel de curandero o brujo, todo el mundo sabe que para bajar el colesterol malo es recomendable comer pescado de carne blanca: lubinas, merluzas, bacalaos o doradas. Pero en Cuba no. En la isla cualquier médico de barrio, antes o después de ser enviado a “ayudar” desinteresadamente a cualquiera que no sea cubano en otros países, aconseja que hay que tener colesterol, no importa si es bueno o malo. Lo bueno es tenerlo y lo malo es que no haya.
Incapaces de “inventar” fórmulas para producir qué comer, quieren ahora que sea la propia gente quien lo haga: abra su hueco y mire a ver si los peces se le dan. O se le gozan, como se dicen en el oriente de la isla cuando algo no se muere mientras crece. Aunque el único que no goza sea quien lo críe. Y si en ese estanque, bache o bañera no se goza pez alguno, la culpa será del bloqueo o de quien lo intente y así la dictadura se lava las manos, cosa bastante improbable porque las tiene siempre llenas de sangre.
Pero no hay que “inventar” nada, ni descubrir el agua tibia. Quieren que el cubano olvide que antes de que ellos vinieran a ponerlo todo patas arriba en nombre de una supuesta justicia e igualdad social, la gente comía carne de res, arroz, frijoles, viandas y pescados; peces sacados de las entrañas de las aguas, fueran dulces o saladas.
¿Cómo era? De la única manera en que el mundo aprendió que se hacen las cosas: cuando el estado se dedica a otros menesteres más importantes y no a vigilar o a quererlo dirigir todo. Ahora, en el desolado año del 2023, cuando en Cuba no hay industria azucarera, ni salinas, ni campos de arroz, ni cultivos de café, ni ganado vacuno, ni porcino, aves o algo que el empeño del hombre pueda lograr para alimentarse a sí mismo, viene un zoquete que dice ser primer viceministro o algo así, absurdos de las nuevas jerarquías improductivas, y suelta una idea tan grande y descabellada que es más una ideota. Como de las que se le ocurrían al bitongo que fuera Fidel Castro, que jugó con un país por casi 50 años
“El viceprimer ministro Jorge Luis Tapia”, que no Tilapia, afirmó ante eso que llaman asamblea nacional, sin que se le quebrara el cemento del rostro, que la "acuicultura familiar" fue exitosa durante el Período especial, la aguda crisis económica de la década de 1990”. Pareciera una burla o un chiste sacado de una comedia si no resultara un trágico recuerdo.
Tamaño dislate fue reseñado luego por la prensa y no dudo que haya cuatro idiotas que hagan de esa idea descabellada un movimiento y hasta se otorguen luego medallas en la emulación socialista. En un país donde en millares de sitios falta el agua potable, donde la precariedad de las viviendas no permite siquiera criar un Guppy en un pomo, el cubano se verá obligado a sembrar el café que consuma, el azúcar para endulzarlo y criar los peces que lo alimentarán y mantendrán su cerebro lúcido para irse un día muy lejos de allí.
A ver qué especies recomiendan “sembrar” y “cultivar” y, sobre todo, con qué se les alimentará. A menos que otro genio, de la calaña del Delirante en jefe, sugiera llenar los estanques de pirañas. Ya veremos cuántos cubanos quedarán en el próximo censo.
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