Acaban las lecturas de esta semana con una llamada, de nuevo, a la humildad. Contrasta con la resolución que manifiesta Jesús al enfrentarse a actitudes que no ayudan a los demás a realizarse. Parece como una antinomia, una discordancia de actitudes. Pero esto, en realidad, no es así. Por un lado la firmeza, la denuncia, incluso la provocación. Por otro lado la actitud de servicio, el cariño, la humildad como manera de andar por el mundo.
El ejemplo que pone nos lo encontramos en la vida cotidiana. Hay gente que entra en los sitios buscando el reconocimiento, el brillo personal, el aplauso. Muchas veces nosotros podemos quejarnos de eso mismo. Hacemos el bien, pero no hay un cumplido, aunque sea pequeñito, para nuestra acción. “No hay virtud más eminente que hacer lo que hay que hacer, sencillamente” dirá el refranero popular. Así podríamos definir la humildad, como aquella actitud que no nos sitúa por encima, de forma altanera, sino que nos vuelve la ras de la tierra para detectar los males y las bondades y trabajar para erradicar unas y fortalecer las otras; la que nos hace considerarnos tal y como somos, con nuestras grandezas y miserias, y así aproximarnos al Dios que nos mira con bondad.
Pedro Barranco