Cantos irlandeses.
Cuando busco el camino de mí mismo las nuevas tierra s que sin cesar se ofrecen a mi mirada, toman la parte del recuerdo.
Y están aquí, al alcance de mi mano, los campos de mi infancia. Aquel almendro florecido de pronto.
Las pequeñas encinas del camino, que aún recorro con mis hermanos, en Grañera, tierra que sueño en este instante.
Pero si miro con más fuerza como Breogán miraba sus espejos en lo más alto de la torre, veo dibujarse un paisaje, que aparece como los faros, al anochecer, cuando iluminan tenuemente el silencio.
Y van surgiendo así los verdes prados de césped y las torres de las iglesias y las casas pequeñas, junto al mar, que nos tienden las manos como amigos antiguos que habíamos olvidado.
Verdes campos de Irlanda, que yo había andado y desandado bajo otro sol más claro, montañas silenciosas que la hierba acaricia, lagos donde se posan los nenúfares, piedras abandonadas y dolientes.
Reconozco esta tierra cuando pienso que ayer tan solo recorría la tenaz mansedumbre de un paisaje que como Sligo ahora permanece dormido, mirando hacia el Atlántico.
Y si recuerdo aquellos caballeros y monjes dormidos en Betanzos puedo encontrar aquí también quienes buscaban el camino abierto, el ultimo confín donde la espada o la cruz marcarían la frontera.
Reconozco la luz que me rodea, que sin cesar precisa el horizonte. Y también reconozco el mar, grisáceo pero siempre brillante, cuando el sol acaricia su lomo silencioso.
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