No pondré mis zapatos, buen
Dios,
quiero que sepas,
que creo en ti de
veras.
Tú sabes bien, si es
cierto
que estás en todas
partes,
que sin manos
unidas
y sin hincarme al
suelo,
contigo cuento
siempre
y en ti, vuelco mi
gota
de acíbar
ya crecida.
Te pienso un Dios
pequeño,
de mi misma estatura,
andrajos,
sensitivo, tal vez cabello
lacio
y pecoso, y
travieso.
Yo sé que si pudieras
andar
la senda nuestra,
vendrías con tu juego de
estrellas
encendidas, al sitio de los
niños
ya adultos de
tiniebla.
Si tú fueras de beso, de
voz
y de caricia, esta noche
pondría
mis zapatos,
segura
de hallar mañana en
ellos
la muñeca que
quiero.
Fatal es que no puedas descender
de las nubes, resbalarte del
viento,
y entonces, qué otra
cosa...?
Por no mirar el rostro sin
culpa
de mis padres, pidiendo
penitentes
perdón por su
pobreza.
Por no escuchar ausencia de
pasos
que me ignoren, recogeré
temprano,
y cerraré muy prietos los
ojos
a la fiesta.
Es que rueda una rueda
redonda
de milagros, y tal vez para
niños
que nunca
te quisieron, y nunca
precisaron
creer, en el
milagro.
Nos dormiremos
juntos,
tampoco a ti, este año, te
llegará
el regalo
de un mundo de hombres
buenos.
Los dos estamos solos, y
tristes,
y cansados,
los dos haremos
juntos
el camino
desierto,
de esta noche de
luces,
oscura
en mis zapatos.
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