VIOLETAS DE
OTOÑO
Un tibio sol de otoño brillaba esa mañana. Los
pájaros cruzaban de todos los sectores. De pronto, aquel paisaje; una enorme
ventana, y un jardín floreciente de plantas y de flores.
Salí casi en
puntillas, lentamente, sin ruido, como si aquello fuera una misión
secreta y estaban en silencio, recubiertas de olvido, con el nombre
grabado sobre un color, violeta.
Y me acordé al instante de tu voz
milagrosa, de tus ojos, tus manos, tu resplandor de estrella y las fui
recogiendo. Y aquella mariposa, que me dijo al oído: ¿Estás pensando en
ella?
Por supuesto que pienso, le expresé prontamente. ¿Porqué? me
dijo al vuelo. Si tú no la conoces. Claro que la conozco, repliqué
tiernamente, está aquí, en este ramo, en medio de mil voces.
Aquí
están su figura, sus tiernas emociones, el mundo de mi cielo, el farol de una
esquina sus palabras azules, tal vez dos corazones, y la expresión de
tiempos en su nombre, Regina.
Está el rubí del ceibo descansando en sus
labios. El despertar del sueño de la melancolía. Un libro de poemas con
pensamientos sabios, y un estar solo, en medio, de dos en compañía.
Ya
se, no la conozco, pero debo decirlo, está aquí, yo la veo; mi ventana
indiscreta me acerca su perfume, sus ojos, que al abrirlos, me miran desde
el fondo, de un ramo de violetas
León
Romero
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