La vida duele. Sí, sin
duda, la vida duele muchas veces.
Para la sociedad y en lo
individual, la vida está cargada de momentos difíciles donde lo único que queda
es seguir adelante; no simplemente en darle la vuelta a la gran piedra que nos
estorba en el camino, sino en cargar la piedra, empujarla a un lado, llevarla
adonde no estorbe a los viajeros que vienen detrás.
"La vida", escuché decir
hace muchos años a mi anciano profesor de historia, "son dos pelotas rebotando
en las paredes de un cuarto cerrado; es el movimiento de verlas, y sentirlas, en
su viaje constante y ante el siempre inminente peligro de chocar entre ellas y
salir disparadas en dirección contraria adonde iban, para continuar el
movimiento, para volver a nueva cuenta a ese juego de desplazamiento y a la
siguiente interrogante del momento del futuro choque.
Eso es la vida, el drama
de las consecuencias, y cuando estas pelotas finalmente pierden el impulso,
cuando terminan por quedarse quietas, una de ellas en el rincón izquierdo y la
otra, quizás, en el centro de la habitación, entonces ha concluido el drama,
todo es quietud y silencio, y la vida ya no existe entonces
ahí".
Si, sin duda, la
inmovilidad y el silencio es lo contrario de la vida, y por consecuencia lo es
también el no afrontar los riesgos o alzar la voz para negarse a aquellas
circunstancias que a su vez detienen el desarrollo de la vida humana y su
entorno, sean estos animales, vegetación, limpieza de la atmósfera o
conocimiento, pues durante todos los días transcurridos desde la aparición del
ser humano sobre la tierra de nuestro planeta, una y mil causas continuamente
han surgido también para rechazar la continuidad de la
especie.
Y quizás sean
precisamente esos momentos difíciles, tanto en lo individual como en lo social,
los que, al ser superados, le han proporcionado valor al hecho de poder seguir
contemplando el día de mañana, con dignidad.
Cariños amiguicas
Buen finde
Aimar