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Soneto II Amor, ¡cuántos caminos hasta llegar a un beso, qué
soledad errante hasta tu compañía! Siguen los trenes solos rodando con la
lluvia. En Taltal no amanece aún la primavera. Pero tú y yo, amor mío,
estamos juntos, juntos desde la ropa a las raíces, juntos de otoño, de
agua, de caderas, hasta ser sólo tú, sólo yo
juntos. Pensar que costó tantas piedras que lleva el río, la
desembocadura del agua de Boroa, pensar que separados por trenes y
naciones tú y yo teníamos que simplemente amarnos, con todos confundidos,
con hombres y mujeres, con la tierra que implanta y educa los
claveles.
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Soneto
V No te toque la noche ni el aire ni la aurora, sólo
la tierra, la virtud de los racimos, las manzanas que crecen oyendo el agua
pura, el barro y las resinas de tu país
fragante. Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos hasta
tus pies creados para mí en la Frontera eres la greda oscura que
conozco: en tus caderas toco de nuevo todo el
trigo. Tal vez tú no sabías, araucana, que cuando antes de
amarte me olvidé de tus besos mi corazón quedó recordando tu
boca, y fui como un herido por las calles hasta que
comprendí que había encontrado, amor, mi territorio de besos y
volcanes
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Soneto VIII
Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna, de día con
arcilla, con trabajo, con fuego, y aprisionada tienes la agilidad del
aire, si no fuera porque eres una semana de
ámbar, si no fuera porque eres el momento amarillo en que
el otoño sube por las enredaderas y eres aún el pan que la luna
fragante elabora paseando su harina por el
cielo, ¡oh, bienamada, yo no te amaría! En tu abrazo yo
abrazo lo que existe, la arena, el tiempo, el árbol de la
lluvia, y todo vive para que yo viva: sin ir tan lejos
puedo verlo todo: veo en tu vida todo lo
viviente.
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Soneto XI Tengo hambre de tu boca,
de tu voz, de tu pelo y por las calles voy sin nutrirme, callado, no me
sostiene el pan, el alba me desquicia, busco el sonido líquido de tus pies en
el día. Estoy hambriento de tu risa resbalada, de tus
manos color de furioso granero, tengo hambre de la pálida piedra de tus
uñas, quiero comer tu piel como una intacta
almendra. Quiero comer el rayo quemado en tu
hermosura, la nariz soberana del arrogante rostro, quiero comer la sombra
fugaz de tus pestañas y hambriento vengo y voy
olfateando el crepúsculo buscándote, buscando tu corazón caliente como un
puma en la soledad de Quitratúe.
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Soneto
XII Plena mujer, manzana carnal, luna
caliente, espeso aroma de algas, lodo y luz machacados, ¿qué oscura
claridad se abre entre tus columnas? ¿Qué antigua noche el hombre toca con
sus sentidos? Ay, amar es un viaje con agua y con
estrellas, con aire ahogado y bruscas tempestades de harina: amar es un
combate de relámpagos y dos cuerpos por una sola miel
derrotados. Beso a beso recorro tu pequeño infinito, tus
márgenes, tus ríos, tus pueblos diminutos, y el fuego genital transformado en
delicia corre por los delgados caminos de la
sangre hasta precipitarse como un clavel nocturno, hasta ser y no ser sino
un rayo en la sombra.
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