Cuando el dolor ajeno se convierte en propio,
no hay tiritas suficientes...
Una amiga que sufre, un hijo que llora en silencio,
un ser querido que se apaga, una muerte joven...
situaciones diferentes que hacen llorar al corazón. Hay máscaras para disimular, pastillas para aliviar
y espejitos para deslumbrar un rato... sólo un ratito. Pero el sufrimiento sigue latente
bloqueando cuerpo y mente,
petrificando hasta no sentir nada:
el estado más inhumano del ser humano.
Buscar soluciones, crear sueños imposibles,
inventar finales irreales,
suplicar al cielo que mueva montañas
y abra caminos en el mar.
Empieza la batalla contra los molinos de viento...
y ni siquiera hay viento, hay calma chicha. Hay dias en que uno se pone una coraza y,
aunque pese, funciona.
Hay otros dias que ni las murallas de defensa más altas
dejan vivir, que uno se cuestiona todo y
se derrumba aplastado por la impotencia
y el sentido de culpabilidad: qué pude haber hecho
y no hice, que pude haber dicho y no dije...
y sientes que tus manos son un colador
que van perdiendo todo el agua que habían recogido.
Y es el pez que se muerde la cola,
es gastar las pocas energías que quedan
en intentar sobrevivir sin aire.
Has llegado al límite...
Hay que hacer un stop o un "reset"
pues traspasar los límites es acabar con uno mismo. Y es cuando el sentido común, si aún queda,
se activa y te recuerda tus limitaciones internas y externas.
Y recuerdas la ley 10/90%.... y ese dolor de corazón
está en el 10% de las cosas que no dependen de ti.
Y como no dependen de ti, has de aceptar.
El aceptar es el inicio de la cura,
es empezar a poner remedio al dolor,
encontrar alguna tirita que cure,
como la paz de conciencia
de haber sido un granito de arena para aliviar ...
aunque el final no haya sido feliz.
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