Un
matrimonio sin hijos visitò cierto dìa el orfanato de la ciudad con el propósito
de adoptar a uno de los niños. En la conversación que mantuvieron con el
muchachito que deseaban prohijar, le mencionaron todas las cosas hermosas que
podría tener en el nuevo hogar. Pero para asombro de ellos, el chico les
preguntò: *¡¿ Nada màs una linda casa, juguetes y ropa nueva voy a tener?*. Le
preguntò entonces la señora:* bueno, ¿ què màs te gustaría tener?*. A lo que el
niño le respondió: * Solo quiero que me
amen*.
L a
espontànea palabra del chico encierra el gran clamor de la humanidad. Es cierto
que nos atraen los bienes materiales, y que luchamos por adquirirlos. También es
verdad que nos empeñamos por abrirnos paso por conquistar una posición en la
vida. Pero si todas estas ventajas no van acompañadas por la seguridad de que
somos amados, ¿ què valor tienen para darnos un poco de felicidad? Es que la
mayor motivación de la vida, y lo que re4almente la sustenta, ¿ no es acaso la
certeza de que somos apreciados por los demás?
Prodiguemos
a nuestros hijos toda clase de comodidares; pero si les retiramos el amor
vivirán desdichados y neuróticos. Brindèmosle a nuestra esposa todos los
elementos del confort moderno; pero si la dejamos sin cariño no podremos hacerla
feliz. ¿No es la ausencia de este afecto sincero la causa de la mayoría de los
problemas emocionales que sufre mucha gente de nuestro tiempo? ¿No es esta
ausencia de riqueza la que mantiene empobrecidos a tantos
corazones?.