CUANDO
ODIAMOS, DAMOS PODER
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CUANDO ODIAMOS,
DAMOS PODER
En la actualidad quien más quien menos,
todos vivimos preocupados,
tensos y nerviosos. Eso impide conectarnos con
las cosas lindas
de la vida. Si nos sentimos angustiados y
acosados por las responsabilidades,
es imposible hacer frente al mundo de la
realidad. Muchas veces
la angustia o el temor que nos provoca el mañana
hace que con
frecuencia nos quejemos de dolor de cabeza o de
fatiga crónica.
Lo más importante en estos casos es asumir una
actitud positiva.
Esto significa asumir los problemas y tomar con
calma las medidas
para solucionarlos. Un hombre, por ejemplo,
puede ocuparse de sus
problemas graves y, sin embargo, ir con la
cabeza en alto y una flor en
el ojal. Sin duda nuestra paz interior y nuestra
alegría dependen, no de
dónde estamos, qué tenemos o qué somos, sino
únicamente de nuestra
actitud mental.
¿Es sencillo cambiar instantáneamente nuestras
emociones con
sólo decidir hacerlo?
Sí, porque al cambiar nuestra acción, se
modifican mecánicamente
nuestros sentimientos. Por que las emociones de
la preocupación,
el miedo, el odio, la envidia son tan violentas
que tienden a expulsar
de nuestros espíritus todos los pensamientos y
emociones pacíficos
y felices. El remedio contra la preocupación es
ocupar el tiempo
en la realización de algo constructivo.
¿Da resultado este truco tan sencillo?
Es como la cirugía estética. Ponga en su cara
una sonrisa amplia
y sincera, saque pecho, respire pausada y
profundamente y entone algo.
Pronto descubrirá que es físicamente imposible
permanecer deprimido o
agobiado mientras se manifiestan los síntomas de
una felicidad radiante.
Si uno cambia los pensamientos sobre las cosas y
sobre los
demás, las preocupaciones empiezan a
desaparecer.
Así de sencillo. Porque nuestra vida es la obra
de nuestros pensamientos.
Si tenemos pensamientos felices seremos felices.
Si tenemos
pensamientos desdichados, seremos desdichados.
Si tenemos
pensamientos temerosos, tendremos miedo. Si
pensamos en el fracaso,
seguramente fracasaremos. Si nos dedicamos a
compadecernos,
todo el mundo huirá de nosotros.
¿Y de qué manera se puede determinar qué cosas
merecen
nuestra preocupación y cuáles no?
Hay que aprender a distinguir entre tener y ser.
Las personas
que viven constantemente preocupadas están
llenas de tener. Me sentiré
contento cuando tenga casa propia. O, si tuviera
un jefe que no
fuese tan dictador... si tuviera un título, o
más tiempo para mí.
Siempre que pensemos que el problema está allí
afuera, el problema
residirá en ese mismo pensamiento. De esta
manera otorgamos
a lo que esta ahí afuera el poder de
controlarnos. El paradigma
del cambio es entonces de afuera hacia
adentro.
Esta idea constituye para muchas personas un
cambio dramático
de esquema. Pero la verdad es que todos podemos
controlar nuestras
vidas y tratar de influir poderosamente en
nuestras circunstancias,
si trabajamos sobre el ser, sobre lo que
somos.
Por ejemplo, si alguien tiene un problema en su
matrimonio ¿qué
gana mencionando continuamente los pecados del
otro? Al decir que
no es responsable, aparece como una víctima
impotente, se inmoviliza
en una situación negativa.
¿Qué debe hacer entonces?
Si realmente quiere mejorar la situación, lo
único que puede
hacer es trabajar sobre sí mismo.
Dejar de poner en orden a su esposa
el poder de su ejemplo y responderá
con la misma moneda. Pero, lo
haga o no, el modo más positivo en
cada uno puede influir sobre una
situación, o tratar de que las
preocupaciones no lo agobien, consiste
en trabajar sobre sí mismo, sobre
su ser.
Pero al trabajar sobre uno mismo,
es inevitable que surja la
preocupación o el lamento por todo
lo que hicimos mal.
La cosa más importante de la vida
no es capitalizar las ventajas.
Cualquier tonto puede hacer esto.
Lo que verdaderamente importa es
beneficiarse con las pérdidas, con
los errores cometidos. Esto exige
inteligencia y señala la diferencia
entre una persona de juicio y un necio.
¿Y cómo se puede ganar sin pelear?
¿Qué actitud hay que tomar
frente a aquellas personas que nos
lastiman, nos hieren o nos
causan algún perjuicio
económico?
Cuando odiamos a nuestros enemigos,
les damos poder sobre
nosotros, poder sobre nuestro
sueño, nuestros deseos, nuestra presión
sanguínea, nuestra salud y nuestra
felicidad.
Nuestros enemigos bailarían de
alegría si supieran como nos preocupan,
cómo nos torturan y cómo se nos
imponen. Nuestra bronca o
nuestro odio no los daña, pero
convierte nuestros días y noches en un
infernal torbellino.
Si una persona egoísta trata de
aprovecharse de nosotros, lo
mejor es borrarlo de la lista,
ignorarlo completamente, pero nunca pagarle
con la misma moneda. Cuando uno
trata de devolver lo que le
hicieron con la misma moneda, se
hace mucho daño.
¿Cómo se puede ignorar por completo
una preocupación dolorosa
provocada por alguien que no nos
quiere?
Si no podemos amar a nuestros
enemigos, hay que tratar por lo
menos, de amarnos a nosotros
mismos. Si uno aprende a amarse lo
suficiente es imposible que las
preocupaciones que los demás tratan
de endosarnos dominen nuestra
felicidad, salud y aspecto.
Recordemos que lo que nos hiere o
nos daña no es lo importante,
sino qué sucede. Desde luego, las
cosas pueden dañarnos económicamente,
y causarnos dolor o preocupación
por ello.
Pero nuestro carácter, nuestra
identidad básica, en modo alguno
tiene que quedar herida. De hecho,
nuestras experiencias más difíciles
se convierten en crisoles cuando
moldean nuestro carácter y se
desarrollan las fuerzas internas,
la libertad para abordar circunstancias
difíciles en el futuro y para
inspirar a otro
es la misma conducta.
Suceda lo que suceda, siempre
tenemos que ser nosotros mismos.
Porque la vida.... siempre pasa su
factura.
(autor desconcido)
AIMAR