KRISHNAMURTI Y LA
MEDITACIÓN
Si durante el día está usted alerta, si
está atento a todo el movimiento del pensar, a lo que usted dice, a sus gestos
-cómo se sienta, cómo camina, cómo habla- si están atentas a sus respuestas,
entonces todas las cosas ocultas salen a la luz muy fácilmente. En ese estado de
atención lúcida, despierta, todo es puesto al descubierto.
La mayoría de nosotros está inatenta.
Darse cuenta de esa inatención, es atención.
La meditación no es una fragmentación de
la vida; no consiste en retirarse a un monasterio o encerrarse en una habitación
sentándose quietamente por diez minutos o una hora en un intento de concentrarse
para aprender a meditar, mientras que por el resto del tiempo uno continúa
siendo un feísimo, desagradable ser humano.
Para percibir la verdad, uno debe poseer
una mente muy aguda, clara y precisa —no una mente astuta, torturada, sino una
mente capaz de mirar sin distorsión alguna, una mente inocente y vulnerable.
Tampoco puede percibir la verdad una mente llena de conocimientos; sólo puede
hacerlo una mente que posee completa capacidad de aprender. Y también es
necesario que la mente y el cuerpo sean altamente sensibles —con un cuerpo
torpe, pesado, cargado de vino y comida, no se puede tratar de meditar. Por lo
tanto, la mente debe estar muy despierta, sensible e inteligente.
Las necesidades básicas para descubrir
aquello que está más allá de la medida del pensamiento, para descubrir algo que
el pensamiento no ha producido son tres: 1) se debe producir un estado de
altísima sensibilidad e inteligencia en la mente; 2) ésta debe ser capaz de
percibir con lógica y orden; 3) finalmente, la mente debe estar disciplinada en
alto grado.
Una mente que ve las cosas con total
claridad, sin distorsión alguna, sin prejuicios personales, ha comprendido el
desorden y está libre de él; una mente así es virtuosa, ordenada. Sólo una mente
muy ordenada puede ser sensible, inteligente.
Es preciso estar atento al desorden que
hay dentro de uno mismo, atento a las contradicciones, a las luchas dualísticas,
a los deseos opuestos, atento a las actividades ideológicas y a su irrealidad.
Uno ha de observar "lo que es" sin condenar, sin juzgar, sin evaluar en
absoluto.
La mayor parte del tiempo está uno
inatento. Si usted sabe que está inatento, y presta atención en el momento de
advertir la inatención, entonces ya está atento.
La percepción alerta, la comprensión, es
un estado de la mente de completo silencio, silencio en el cual no existe
opinión, juicio ni evaluación alguna. Es realmente un escuchar desde el
silencio. Y es sólo entonces que comprendemos algo en lo cual no está en
absoluto envuelto el pensamiento. Esa atención, ese silencio, es un estado de
meditación.
Comprender el ahora es un inmenso
problema de la meditación —ello es meditación. Comprender el pasado totalmente,
ver dónde radica su importancia, ver la naturaleza del tiempo, todo eso forma
parte de la meditación.
En la meditación existe una gran
belleza. Es una cosa extraordinaria. La meditación, no "cómo
meditar".
La meditación es la comprensión de uno
mismo y, por lo tanto, significa echar los cimientos del orden —que es virtud—
en el cual existe esa cualidad de disciplina que no es represión ni imitación ni
control. Una mente así, se halla, entonces, en un estado de
meditación.
Meditar implica ver muy claramente, y no
es posible ver claramente ni estar por completo involucrado en lo que uno ve,
cuando hay un espacio entre el observador y la cosa observada. Cuando no hay
pensamiento, cuando no hay información sobre el objeto, cuando no hay agrado ni
desagrado sino tan sólo atención completa, entonces el espacio desaparece y, por
lo tanto, está uno en relación completa con esa flor, con ese pájaro que vuela,
con la nube o con ese rostro.
Es sólo la mente inatenta que ha
conocido lo que es estar atenta, la que dice: "¿Puedo estar atenta todo el
tiempo?" A lo que uno debe estar atento, pues, es a la inatención. Estar alerta
a la inatención, no a cómo mantener la atención. Cuando la mente se da cuenta de
la inatención, ya está atenta —no hay que hacer nada más.
La meditación es algo que requiere una
formidable base de rectitud, virtud y orden. No se trata de algún estado místico
o visionario inducido por el pensamiento, sino de algo que adviene natural y
fácilmente cuando uno ha establecido las bases de una recta conducta. Sin tales
bases, la meditación se vuelve meramente un escape, una fantasía. De modo que
uno ha de asentar esas bases; en realidad, esta misma manera de asentar las
bases, es la meditación.
Los meditadores profesionales nos dicen
que es necesario ejercer el control. Cuando prestamos atención a la mente, vemos
que el pensamiento vaga sin rumbo, por lo que tiramos de él hacia atrás tratando
de sujetarlo; entonces el pensamiento vuelve a descarriarse y nosotros volvemos
a sujetarlo, Y de ese modo el juego continúa interminablemente. Y si podemos
llegar a controlar la mente de manera tan completa que ya no divague en
absoluto, entonces —se dice— habremos alcanzado el más extraordinario de los
estados. Pero en realidad, es todo lo contrario: no habremos alcanzado
absolutamente nada. El control implica resistencia. La concentración es una
forma de resistencia que consiste en reducir el pensamiento a un punto en
particular. Y cuando la mente se adiestra para concentrarse por completo en una
sola cosa, pierde su elasticidad, su sensibilidad, y se vuelve incapaz de captar
el campo total de la vida.
El principio de la meditación es el
conocimiento de uno mismo, y esto significa darse cuenta de todo movimiento del
pensar y del sentir, conocer todas las capas de la conciencia, no sólo las
superficiales sino las ocultas, las actividades profundas. Para ello, la mente
consciente debe estar serena, calma, a fin de recibir la proyección del
inconsciente. La mente superficial sólo puede lograr tranquilidad, paz y
serenidad, comprendiendo sus propias actividades, observándolas, dándose cuenta
de ellas; cuando la mente se da plena cuenta de todas sus actividades, mediante
esa comprensión se queda en silencio espontáneamente; entonces el inconsciente
puede proyectarse y aflorar. Cuando la totalidad de la conciencia se ha
liberado, sólo entonces está en condiciones de recibir lo eterno.
Entre dos pensamientos hay un periodo de
silencio que no está relacionado con el proceso del pensamiento. Si observas,
verás que ese período de silencio, ese intervalo, no es de tiempo, y el
descubrimiento de ese intervalo, la total experimentación del mismo, te libera
del condicionamiento.
La meditación no es un medio para algo.
Descubrir en todos los momentos de la vida cotidiana qué es verdadero y qué es
falso, es meditación. La meditación no es algo por cuyo medio escapáis. Algo en
lo que conseguís visiones y toda clase de grandes emociones. Mas el vigilar
todos los momentos del día, ver cómo opera vuestro pensamiento, ver funcionar el
mecanismo de la defensa, ver los temores, las ambiciones, las codicias y
envidias, vigilar todo esto, indagarlo todo el tiempo, eso es meditación, o
parte de la meditación. No tenéis que acudir a nadie para que os diga qué es
meditación o para que os dé un método. Lo puedo descubrir muy sencillamente
vigilándome. No me lo tiene que decir otro; lo sé. Queremos llegar muy lejos sin
dar el primer paso. Y hallaréis que si dais el primer paso, ese es el último. No
hay otro paso.
Krishnamurti
AIMAR