Carta de Navidad
Hoy hallé esta carta que Papá Noel les escribió a los
niños que no encuentren juguetes junto al arbolito.
Queridos
chicos: Sí, claro que leí las cartas que me enviaron y me sé de memoria la
lista de los juguetes que me pidieron. Una lista tan larga como el cuello de
la jirafa y tan gorda como el lomo del rinoceronte. Pero, como todos los
años, los juguetes se me terminaron antes de que yo finalizara mi
recorrida. No, Pablito, no hagas pucheros ni te pongas tan triste. Y tú
tampoco, Pedro, ni tú, Mariana. Está mal que digan que soy injusto porque al
chico de la casa grande le dejé una bicicleta, un rifle y una pelota, y a
ustedes nada. Está muy mal que se enojen conmigo. Porque para ustedes, que no
encontraron juguetes al pie del arbolito, ni junto a la zapatilla, cansada de
tanto correr por las tardes azules, tengo algo mejor, mucho mejor. Carlitos:
desde tu camita del hospital me pediste un triciclo. Pero tres ruedas son pocas
para correr, como quieres, a la velocidad del "Jet", y tanto dale que dale con
los pedales terminaría por cansarte mucho. Pero... cierra los ojos, para ti
tengo un pájaro grande, con suaves alas amarillas, ¿lo ves? sí que lo ves;
puedes treparte a él y viajar adonde quieras, raudo como el viento, cuantas
veces lo desees. Te bastará sólo con cerrar los ojos y pensar en él... Para
ti, Mariana, en vez de la muñeca con el gran moño celeste en los rizos dorados,
te dejé hace tres meses (porque yo reparto algunos regalos por adelantado) una
hermanita, que es una maravilla: llora, come, mueve las piernas y los bracitos,
te mira, ¡te conoce! Y será cada día más grande. Podrás jugar con ella y
enseñarle cantos que repetirá con su vocecita... Las otras muñecas, Mariana, se
quedan siempre chiquitas y nunca aprenden ningún canto. A ti Juancho, a ti
Eugenio, y a ustedes Martín, Andrés, Jorgito, Mario, les mandé mi regalo por el
correo del viento. Mariposas de verano, amarillas, anaranjadas, moteadas de
negro, de turquesa, de guinda. ¡Si ya los veo correr tras ellas por los baldíos,
y por el descampado que hay junto a las vías del ferrocarril, rápidos y
sonrientes, mientras barajan rebanadas de sol! Y llené las acequias con
mojarritas ligeras, para que las pesquen con la caña improvisada, con las manos
nerviosas y las vean nadar, saltar y dibujar remolinos inverosímiles en la lata
de conserva. Y los quiero mucho. Sí que los quiero mucho. Aunque no les
haya dejado juguetes, son mis predilectos. Por eso deseo enseñarles algunas
cosas importantes: el hilván de la lluvia cosiendo los charcos en las veredas
rotas; el concierto de grillos tratando de hacer sonreír al calor cuando se
enoja; la humilde enredadera de "dama de la noche" abriendo sus paragüitas
blancos cuando llega la primera sombra... Ya sé, Francisco, que todo esto no
te quita el hambre ni hace más grande tu escaso pedazo de pan. Ya sé que esto no
tapa el agujero de tu zapato ni te calienta la espalda en el invierno. Pero
te convencerá de que el mundo no es un redondel gris que se transita con un poco
de dolor y un poco de fatiga, sino una caja de sorpresas donde cada uno puede
encontrar algo que inaugure una sonrisa, que encienda una esperanza, que
alimente una emoción. Ahora eres pequeño y te importa más un helado que un
pedazo de cielo recortado entre los edificios. Pero has de saber que cada
helado que no comes, que cada juguete que no tienes, te irán dando una fuerza de
lucha que debes aprovechar en tu beneficio. Hay que aprender la a, la o, la
u. Hay que mirar en todas las direcciones para conocer bien a la gente, y
también hay que mirar en dirección a uno mismo para conocerse y para amarse sin
tenerse lástima. Porque si te tienes lástima esperarás que otros hagan por ti lo
que tú tienes que hacer por ti. Hay que luchar. Sí, Francisco. Sí, Juancho.
Sí, Carlitos. Tu primera misión de cada día debe ser sonreír. Sonreírle a
tu sábana raída y al remiendo de tu pantalón y decirles "Estudiaré mucho,
trabajaré mucho y entonces los relevaré por una sábana nueva y un pantalón sin
remiendo, para que ustedes, que sin rezongar, viejitos y cansados, me prestan
sus servicios hasta el fin, se tomen vacaciones". Sí, sonreírle a mamá, que a
veces no se da cuenta de tu pena o de tu alegría porque está muy preocupada (los
mayores siempre tienen que resolver serios problemas y eso los hace parecer un
poco agrios en ocasiones). Y acuérdate siempre de los grillos y las
mariposas, de las ranas en los charcos y las mojarritas. Acuérdate siempre.
También cuando seas grande. Un hombre que una vez al día remonta los ojos al
cielo como un barrilete esperanzado, es un hombre que, además de llevar cuentas
y números pegados en la frente y en los puños de la camisa, lleva mariposas
colgando del corazón. Quiero que seas uno de esos hombres. Un hombre
bueno, un hombre que ama. Entonces..., podré pedirte un favor: que seas mi
ayudante. Porque yo estoy viejo y cansado de tanto y tanto andar por el tiempo,
y necesito hombres buenos que me ayuden a repartir juguetes en los hospitales,
en las casitas pobres, en los asilos. Ah, sí, Juancho, qué alegría me darás,
y cuántas, cuántas sonrisas felices encenderemos entonces... Sí, Juancho,
Daniel, Felipe, Eugenio, Ariel... con ayudantes como ustedes, ningún chico se
quedará sin su juguete. Estoy seguro. Por eso, Francisco, si tu mamá llora
este año (como lloró el año pasado) porque no encuentras tu juguete junto al
zapato gastado, dale un beso, sonríele y dile: -No llores, mamá... no creas
que Papá Noel no me quiere. Al contrario, me ha regalado el baldío, las
luciérnagas, los charcos con ranas, una orquesta de grillos, y además... me
nombró su ayudante. Una demostración de que me quiere muchísimo. Y así, cuando
yo sea grande, ninguna mamá tendrá que llorar porque su hijo se quedó sin
juguetes en Nochebuena... Papá Noel
Autora: Poldy Bird. (Tomado
del libro "Cuentos para leer sin rimmel")
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