A veces, sólo a veces,
quisiera verte en soledad oscura,
retorciendo tus
miembros en el lecho,
y el deseo mordiéndote la nuca
adosado a tu
espalda,
mientras sus brazos múltiples te anudan.
En el silencio negro de
la noche,
cuando ausencia y libido se acentúan,
galopando leones por tus
muslos,
quiero que se aparezca mi figura
sobre la pleamar de tus
recuerdos,
y te admitas, con un poco de culpa:
'Cuánto le amé, cuánto me
amó, y no obstante,
dejé de amarle'. Sobre las burbujas
de tus senos
redondos, satinados,
un tropel de caricias se aventuran,
de manos
invisibles, tan lejanas,
haciéndose preguntas
que no supiste responder
entonces,
que hoy todavía flotan en la bruma.
Quiero que ese momento, casi
mío,
dure sólo un instante. Si la lluvia
repica en los cristales con mis
dedos,
o te alerta el relámpago, o la luna
se filtra en tus
visillos,
dame ese breve soplo, miniatura
de lo que antes
tuvimos,
cuando ambos, arriesgados o a la escucha,
ni restringíamos
palabras densas,
ni refrenábamos lasciva furia;
la vida era una gama de
colores,
de la sensualidad a la
ternura.
Dame ese instante; vas a tener
tantos,
que nadie notará pausa tan súbita,
un verso en el poema,
un
compás musical en la overtura,
una alondra de paso,
una gota de
lluvia.
Y esboza una sonrisa,
aunque tal vez no me lo digas nunca.
Francisco
Álvarez