Las experiencias vividas habían hecho nacer en él un sentimiento no de odio, sí de desconfianza en las personas. Y allí más que en ningún otro lado, se sentía solo.
Miró alrededor buscando no sabía muy bien qué, y por una casualidad que tal vez no fue tal, la vió.
Tan real como ideal, no pudo apartar sus ojos de ella. Inevitablemente, finalmente cruzaron una mirada. Pareció detenerse el tiempo. Ni él quiso desviar su atención, a pesar de su inseguridad, ni apreció en ella un sólo gesto en el mismo sentido. Algo más que sangre latió en su corazón.
Entre sus recuerdos no quedó grabado quién rompió ese momento. Quiere creer que no fue él.
Ella desapareció, se desvaneció como un sueño al despertar, y aún buscándola, no la volvió a ver. Nunca.
Lo desconoce, pero él no es el único que recuerda aquella mirada.