Tendida y dormida entre caricias nocturnas vi a mi amor inclinarse sobre mi triste lecho, pálida como el fruto y la hoja del lirio más oscuro, rasa, despojada y sombría, con el cuello desnudo, listo para ser mordido, demasiado blanca para el rubor y demasiado ardiente para estar inmaculada, pero del color perfecto, ausente de blanco y rojo. Y sus labios se entreabrieron tiernamente, y dijo -en una sola palabra- placer.
Y toda su cara era miel para mi boca, y todo su cuerpo era alimento para mis ojos; Sus largos y aéreos brazos y sus manos más ardientes que el fuego sus extremidades palpitando, el olor de su cabello austral, sus pies ligeros y brillantes, sus muslos elásticos y generosos y los brillantes párpados daban deseo a mi alma.