Todo está cumplido. El siervo del Señor ha
llegado al final de su tarea. Ahora, inclinada
la cabeza, puede descansar. A quien vemos
encarnecido y humillado es el mismo a quien
reconocemos enaltecido a la gloria de Dios.
A quien vemos traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes, es el mismo de quien
recibimos la justificación, el perdón de nuestros pecados.
Aquel ante quien ocultábamos el rostro, a quien
considerábamos despreciado, es el mismo en quien
reconocemos al Hijo de Dios, al predilecto, al más amado.
Hoy decimos con Jesús de Nazaret: "Yo confío en ti,
Señor, tú eres mi Dios".
Feliz Viernes Santo, amigas.
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