Uno escribe siempre la misma canción
sobre un niño con cara de viejo
que se atreve a volar bajo el cielo marrón
que agoniza detrás del espejo.
Uno inventa siempre la misma canción
del poeta borracho y su musa
del teclado mellado del acordeón
del pecado mortal sin excusas.
Uno canta siempre la misma canción
otra noche en el bar de la esquina
cerca de la estación donde duerme un vagón
cuando el tiempo amenaza rutina.
Uno rumia siempre la misma canción
como un perro ladrando a una luna
con la misma trompeta y el mismo trombón
del mariachi que no hizo fortuna.
Uno acaba nunca la misma canción
entre el cómo y el dónde y el ya
luego llega la hora de alzarse el telón
y volver a sentir Bogotá.