He aquí señores del asombro, una aventura se desliza, con una espiga de trigo sobre su alta cabellera.
No era necesario que tuviera botas porque que yo sepa tampoco tenía pies, manos, rostro o algo que se le pareciera.
Era un enjambre de minúsculos virus solidariammente decididos a organizar una fiesta genética de beneficencia para inocular en los mercados el regreso del trigo.
¡Habrá pan para todos, y gratis! ¡A desbaratar el monopolio de los genes! Asomé mi nariz al microscopio examinando la curiosa espiga.
¿Qué no me comprendes, parásito semántico? me dijo uno. ¡Interrumpiremos todas las sinapsis tus pensamientos y visiones y ya no podrás pensar, ya no, no y no. ¿y para qué tus signos y palabras? ¿acaso no eran antes que tú vinieras a tu madriguera metafísica?
Déjame al menos la ilusión y el riesgo de tratar a la espiga con la dignidad que se merece; le respondí.
Pero entonces ya había muerto. Y cuando me disponía para el viaje me sorprendió ver un coro de luciérnagas bendiciendo los desiertos, antes de la Gran Lluvia.