Uno se va gastando, cada día, en la vida. Todo lo deseó, a todo se fue acercando. Vino desde el misterio sin saber qué traía, y todo, aunque lo amó, lo ha ido abandonando. Larga carrera ardiente, espeso vivir de fiebres. Nadie perdona nunca el quedarse en la sombra. Y uno tiene que ir, como van las corrientes por la tierra feraz: volviéndola más honda. Se vive con lealtad, cada sangre recibe un aluvión de impulsos, un grito de aventura. Aquellos que se van, al amarnos exigen que sea inextinguible la luz que irradia uno. ¡Oh, pero el que vive por tantos que no viven no puede persistir en un amor cerrado! Está la inagotable pradera irresistible del mundo, del ensueño, eterno y renovado!