Partiendo de la base de que a todos nos educan dentro de una sociedad consumista, y que los objetivos para los que nos preparan están relacionados con el supuesto “bienestar” social, es casi lógico que la espiritualidad y el Crecimiento Personal no estén entre los objetivos de nuestra educación.
Crecemos en este tipo de sociedad, pero… algo falla.
Las satisfacciones que vamos obteniendo no nos llenan plenamente: son efímeras.
Ni siquiera al conseguir tener un buen trabajo y ganar dinero, que son los objetivos que nos inculcaron, nos encontramos en plenitud.
En el fondo se siente un descontento que no está causado por la escasez o falta de algo, ni por la necesidad de más dinero, o éxito, o poder.
No es la ausencia de “algo” lo que nos proporciona ese descontento, sino la ignorancia de qué es lo que nos falta.
Sentimos que no estamos completos, que las felicidades momentáneas no son lo que realmente deseamos, y que tiene que haber algo más, pero no sabemos qué es ese algo más, ni en qué consiste, y aun menos dónde y cómo buscarlo.
Si te encuentras en una situación similar a la descrita, sigue leyendo, por si acaso.
Sería conveniente recuperar la espontaneidad; traer al uso diario aquel niño que fuimos, que estaba exento de unas preocupaciones que nos hemos impuesto; ser juguetones sin que la edad, cualquiera que sea, nos imponga una seriedad o rigidez que, a veces, agobia y obstaculiza la naturalidad.
No se debe negar que existe una necesidad interna de ser libres, de escaparse de los condicionamientos, de jugar por jugar, reír por reír, y hasta vaguear.
Y negarlo, además, es antinatural, porque conlleva la mutilación de una parte de nuestra naturaleza. Por todo ello, no se deben acallar ni las emociones ni los impulsos.
En la psicoterapia uno de los principales trabajos es intentar volver a contactar con las partes de sí mismo que uno niega.
Parece ser que, como seres humanos, nos hemos impuesto unas normas a cumplir para estar en el mundo, que se basan, básicamente, en obligaciones y responsabilidades, y no hemos puesto el mismo interés en marcar unas reglas por las que el disfrute haya de ser habitual, incensurable, deseado, manifestado…
En nuestro interior estamos pidiendo a gritos protección, cuidado, aventura, juegos… y expresarnos sin censura, ni por parte propia ni de la sociedad.
Los problemas emocionales se producen a partir de la negación o del intento de acallar o transformar nuestras emociones naturales, porque perdemos el contacto con nuestra auténtica naturaleza y con la armonía interna, que necesita que todas sus partes se manifiesten libremente.
Si nos observamos en los momentos de espontaneidad nos daremos cuenta de que es cuando realmente nos sentimos nosotros mismos. Somos más naturales en esos instantes que en los otros, que somos más rígidos y artificiales.
Sería conveniente dedicar el tiempo y la atención necesarios para averiguar qué nos hace daño.
Nos hace daño, por ejemplo, imponernos demasiados “debería”, y ser adictos al “tengo que”, porque llevan implícita una sensación de tensión y agobio, y una pesada losa inflexible.
Se dice, y es cierto, que si cambiáramos el “debería” y el “tengo que”, por “es mi deseo”, o por “decido”, aunque sea la misma tarea la que vamos a realizar, en cambio, psicológicamente es más liviana: a todos los efectos, estamos haciendo lo que vayamos a hacer de un modo que implica satisfacción y el cumplimento de un deseo o decisión propia.
Sería conveniente verificar si somos o no demasiado rígidos con nosotros en la búsqueda de la perfección, si queremos hacerlo todo muy deprisa, si nos quedamos en el intento porque no ponemos todo de nuestra parte, si insistimos en aparentar una fortaleza que no tenemos...
Vivir con tensión resta pureza a nuestra vida, y crea un desequilibrio que no es útil ni necesario.
Abre tu mente.
Ábrete a nuevas creencias y nuevas formas de ver la vida.
Date permiso para vivir una realidad distinta.
Deja a tu curiosidad que te plantee sus cosas.
Autoriza la manifestación habitual del placer y la alegría.
Juega.
Rescata la parte lúdica.
Escucha la voz de tus deseos, y cumple todos los que sean sanos.
Busca a quien eres realmente, y permítele manifestarse sin censuras.
Contacta con gente sin dobleces ni artificios. Son esos que siempre llevan una sonrisa plantada en los labios, que te miran a los ojos, que ríen de un modo sincero, que son campechanos y pacíficos. Son los que demuestran su dignidad. Son esos que sabes que nunca te traicionarán.
Acércate hasta la naturaleza todo lo que puedas.
Déjate saciar por la paz y el bienestar que encontrarás en ella.
Contacta asiduamente con tu espiritualidad.
Varias investigaciones indican que los seres humanos tenemos cierta función neuronal dirigida a la experiencia trascendente. La espiritualidad está para ayudarnos.
Utiliza el yoga, la meditación, el silencio, los libros religiosos, la música, o cualquier otro camino que te lleve a ella. Es una necesidad casi vital.
Si quieres recuperar la armonía, si quieres ser más tú mismo, sé sincero.
Es imprescindible.
No te preocupes por lo que piensen o digan los demás: sólo a ti tienes que darte cuentas.
Sé honesto y no te traiciones nunca.