“Dame de Beber”
Jn 4, 5-42
1. JESÚS, FATIGADO DEL CAMINO, SE SENTÓ, SIN MÁS JUNTO AL POZO
Jesús retornando a Galilea, al atravesar por Samaría, llega a una ciudad llamada Sicar, próxima a las tierras que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba el pozo de Jacob. José, antes de morir, pidió que, cuando Dios liberase a su pueblo de Egipto, llevasen con ellos sus restos (Gen 50:24-26), lo cual cumplieron los suyos, y sus restos “fueron enterrados en Siquem” (Jos 24:32). Una tradición que llega a Eusebio de Cesárea (Escritor y prelado cristiano griego. fue elegido obispo de Cesárea en el año 313) muestra allí la tumba de José. El evangelista señala con igual precisión que en estas tierras estaba el “pozo de Jacob.” La Escritura recuerda varios pozos excavados por este patriarca (Gen 26:18.32). Una fuente o un pozo en Oriente es un tesoro.
Jesús, fatigado del camino, se sentó, sin más junto al pozo. Una larga caminata bajo el sol palestino debe ser agotadora. Se dice que en esos lugares, se suele caminar con el alba para defenderse del excesivo calor. A Juan le gusta acusar este aspecto humano de Cristo, creo que a nosotros también. Nuevamente san Juan, por la precisión que hace, parece acusarse como un testigo presencial, era la hora del medio día.
Fue sobre esta hora del mediodía cuando llega al pozo “una mujer de Samaría, ella viene “a sacar agua.” San Juan justificará poco después que Cristo no tenía con qué sacar agua y los discípulos habían ido a la ciudad mas próxima “a comprar alimentos.
2. JESÚS LE DICE: DAME DE BEBER.
Estaba, pues, a obsequio de aquella mujer el calmar de su sed. El evangelista quiere destacar, en la misma narración literaria, un simbolismo maravilloso que palpita en toda la escena, una mujer samaritana aparece en este momento como la que puede calmar a Cristo la sed del cuerpo, ignorando que también El le calmará a ella su sed del alma, cuando ella le calme a él su sed de Salvador.
Así es como a la llegada de esta mujer de Samaría, que venía a sacar agua de un pozo, Cristo, Jesús, verdaderamente sediento de sed física, le pide a aquella mujer que le saque agua para beber, pues El no tenía con qué. Es algo que a nadie se niega, no obstante, por el tono de extrañeza que va a usar con él la Samaritana, indica la sorpresa de dirigirse un judío diciendo, ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana?, esto lo explica mas adelante Juan al relatar “porque lo judíos no se tratan con los samaritanos”. En ese sentido tiene un gran valor la actitud de esta mujer samaritana, lo mismo que toda la escena de bondad y enseñanza salvadora que Cristo tiene con ella.
3. EL “AGUA VIVA” DE LA “FUENTE
Pero Jesús, que no venía tanto a pedir como a dar, va al objetivo de su misión salvadora, diciéndole: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y El te habría dado agua viva”. El “don de Dios” aquí es el don expresado por el “agua viva,” El “agua viva,” como imagen, es el agua de la fuente, a diferencia de las aguas estancadas o quietas de cisternas o pantanos (Jer 2:13). Es agua con nacimiento, con energía: con “vida.” Ante esta manifestación de Cristo, los papeles se cambian, y el que pide, pide también ser pedido; y el que suplica agua, ofrece a su vez “agua viva.”
Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es profundo. La mujer aquella, demasiado humana, recibe un primer golpe de sorpresa, no niega el encontrarse ante algo que, porque ella no lo alcance, no sea verdad. Acaso piensa en algún tipo de agua mágica, misteriosa, o en un procedimiento, milagroso o mágico, con que poder sacar de aquel pozo “profundo” el “agua viva” de la “fuente,” que mana en su fondo. Por eso le dice, extrañada, que, siendo el pozo profundo y no teniendo él con que sacarla, “¿De dónde sacas esa agua viva?” Pero, no obstante esto, algo queda en ella que le deja presentir cosa insólita. “¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?” Esta contraposición con Jacob dice bien de aquel algo de misterioso presentimiento que ve en aquel excepcional judío que esta junto a ella.
Pero Cristo no le responde directamente a su objeción, en su enseñanza hará ver que El es superior al poder de los patriarcas. Porque: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que Yo le daré se convertirá en el manantial que brotará hasta la Vida eterna”.
4. “VE, LLAMA A TU MARIDO Y VUELVE AQUÍ”
La Samaritana, al llegar a este punto, debe de tomar todo aquello como una cosa fantástica. Ni lo comprende, ni le interesa interrogar más sobre ello, ni sabría seguir por aquel camino y lo entiende en su sentido material, y, con un tono irónico, le pide que le dé de esa agua prodigiosa para que no tenga sed ni tenga necesidad de volver a sacarla de este pozo que les dio Jacob diciéndole: “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Aquella mujer estaba derramando aquella “agua viva” que le estaba ofreciendo el que tenía sed de salvarla. Pero un golpe certero a su conciencia la haría comprender mejor quién era el que le hablaba y qué es lo que quería decirle.
Entonce le dice Jesús: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí” La mujer respondió: “No tengo marido”. No le costó nada a aquella mujer disimular su situación marital, diciéndole que no tenía marido. Pero el Señor leía en lo más profundo del alma. Y la pregunta no iba sin intención estratégica. No es que la hubiese mandado ir por su marido, que ella que lo trajese a su presencia; ni trataba Cristo de afrentar a la que venía a salvar. Era evocarle aquel “marido” al juicio de su conciencia, pues ante él iba a escuchar muy en breve la condena de su vida quizás irregular. Su respuesta: “No tengo marido,” era tan verdadera como podía ser hábil, y era ambigua. Porque podría ser que no lo tuviese por celibato, por viudez o por repudio.
Jesús, le puso delante, como testimonio de su lectura del corazón, la vida irregular que llevaba. Porque había tenido cinco maridos, y el que ahora estaba con ella no era su marido legítimo. ¿Lo habían sido los otros? La contraposición que parecería establecerse entre este “marido” y los otros, como se verá, no es de gran fuerza. Aunque podrían algunos haberse muertos y otros haberla repudiada, resulta poco verosímil, conforme al ambiente, el que una mujer se hubiese desposado, sucesiva y legítimamente, con cinco maridos.
5. “SEÑOR, VEO QUE ERES PROFETA
Pero al discernir toda esta serie minuciosa de maridos, legítimos o ilegítimos, lleva a la Samaritana a ver en Cristo, lo que él buscaba, un hombre de Dios: “Señor, veo que eres profeta”. No dice “el Profeta esperado” (Jn 1:21.25; 6:14), y que para el pueblo venía a ser sinónimo del Mesías, pero sí un “profeta de Dios,” puesto que sondea su corazón. Más, al llegar a este punto, la samaritana aprovecha aquella oportunidad, o para plantearle una cuestión religiosa que afectaba a samaritanos y judíos: “Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”.
Cristo a nada de esto había de responder porque era El precisamente el profeta en el que se cumplían las profecías. Y, puesto que la Samaritana recurre a El como a profeta, la invita a “creer” en su palabra. Llega la “hora,” y es ésta — la hora mesiánica que El inaugura —, en la que no se adorará a Dios, al Padre, solo con la exclusividad de Jerusalén o de este monte diciéndole: “Créeme, mujer llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre”
Y dice el señor: “Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.” Jesús en un pequeño paréntesis previo advierte que la dogmática judía es la verdadera, y no la samaritana. Estos “adoran lo que no conocen.” Los samaritanos, al no aceptar como fuente de revelación nada más que el Pentateuco y rechazar el resto de los libros santos, mutilaban e interrumpían la revelación. Los samaritanos negaban incluso una creencia tan fundamental como es la resurrección de los muertos. En cambio, los judíos “adoramos lo que conocemos, porque la salud viene de los judíos.” A ellos fueron hechas las promesas proféticas; ellos tenían la revelación en el canon de las Escrituras; tenían el legítimo templo y el culto, y de ellos saldría el Mesías (Rom 9:4-5; cf. 3:1ss).
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