TORRES MOCHAS
Era un pueblito pintoresco, de esos que invitan a recorrer sus calles y disfrutar hasta de la tierra que tus pasos convierten en polvareda.
Así era entonces San Felipe Gto. Conocido como “San Felipe Torres Mochas”
Sus jardines, aunque pequeños, encierran mis tiernos recuerdos de adolescencia. Pasillos coronados con petunias blancas y rosadas. Árboles que dieron sombra a nuestros cansancios de infancia.
Cómo no recordar el hermoso atrio de la iglesia que era el punto de reunión para catequesis y amores de juventud, en esa hermosa etapa de nuestras vidas.
Mi madre nos mandaba tarde con tarde a comprar el pan para la merienda a mi hermano y a mi, solíamos acompañarnos, el con sus amigos, yo con mis amigas; formábamos un grupo que era muy divertido, ya que gozábamos hasta de las situaciones mas simples; etapa de una época sencilla, sin complicaciones, sin riesgos, disfrutábamos de la tranquilidad y seguridad que ahora no se vive.
Antes de comprar lo que nuestros padres nos encargaban, entrábamos a la iglesia, el Sr. Cura nos conocía a todos y cada uno de los habitantes de ese pintoresco lugar, era una relación cordial y afectiva de el para con los chicos del pueblo.
Recuerdo sus enseñanzas y sus consejos, que igual que las religiosas del colegio en donde estudié, nos hacían entender y llevar a cabo un comportamiento de respeto por nuestros padres, por las personas y por nosotros mismos.
Nunca voy a olvidar una frase que quedó marcada en mi pensamiento. “Respeta tu cuerpo como si fuera un templo” Ahora podrá sonar ridículo y moralista por la “Evolución de pensamiento” de las nuevas generaciones, pero en la vida de mis amigas, de mis entrañables compañeras de andanzas de juventud y la mía, nos sirvió para no dejarse llevar por el deslumbramiento y el despertar a sensaciones naturales de la sexualidad, sin estar preparadas física y emocionalmente para asumir eso, que era un compromiso de vida, y no un pasatiempo.
Eso habrá que recordarlo como algo que nos dejó la satisfacción de poder disfrutar la añoranza tierna y dulce de nuestro primer noviazgo.
Y es que…Después de rezar el consabido rosario que cotidianamente nos imponía el Señor Cura, nos escabullíamos de nuestro acompañante, (hermana o hermano ) y poder pasear con nuestras amigas o algún chico que nos pretendía; y fue en una de esas escapadas en donde, entre el polvo de una esquina sin pavimento, oculto en la oscuridad que fue provocada al romper la lámpara que alumbrara la noche; recibí el primer beso de amor.
Nunca, lugar hasta antes no atractivo para nadie, fue tan mágico y hermoso para mí, y es que la calle era polvorienta, pedregosa, con las paredes descarapeladas y sin color, sin embargo se convirtió en ese momento en un espacio casi celestial.
Ahora comprendo como las inocentes ilusiones de la adolescencia, pueden convertir en un paraíso cualquier espació por feo o inhóspito que sea.
Además, el primer beso ¡ Jamás se olvida !
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