Enseñarme a sonreír me hizo renacer y pararme allí a saborear la vida… Por casualidad impusiste tu alegría, te convertiste en un protector deslumbrante... Yo no pedí conocerte, la verdad, no te imaginaba pero estuviste allí cuando más te necesitaba. Mi error fue querer descubrir tu verdadera identidad y no la que mostrabas a los demás…
Solo aquella vez, mientras estabas sentado en la escalera cerca al 305, cuando esperabas la clase de física, te encontré… Mi primer amigo en el mágico lugar, la primera persona que, de alguna u otra forma, sin conocerme me extendió su mano para apoyarme. Quise devolver tu ayuda brindándote mi confianza pero cada día que pasaba, eso ya no era suficiente.
Entonces pensé que tenía que dar algo más y fue en ese momento cuando comencé con pequeños detalles muy similares a la época escolar. En todo aquello, desde notitas hasta chocolates, expresaba mi sincera amistad. Poco a poco dibujaste tu mirada en mi cuaderno y en todos los libros que abría. Como arte de magia tu número se fue grabando en mi inconciente luego de cada llamada.
Todo aquello que hacía se convirtió en una rutina pero aún no lo sabía. Cuando escuché el sobrenombre que tú y tus amigos me pusieron quería desaparecer porqué no entendía lo mal que estaba actuando… A veces, rasgabas mi alma describiéndome con cualidades negativas, transcurrían unas cuantas horas para que nuevamente asfaltes los baches que habías dejado y hacer como si nada hubiese pasado.
No obstante, te convertiste en mi motivo para seguir navegando en el mar de la vida, lograste ser el protagonista de cada composición, pues inspiraste mi corazón a escribir. Me importabas como eras, ningún cambio en alguna de tus capas externas evitaba que ese sentimiento se distorsionara; a pesar de que la versatilidad de tu humor variaba mi emisora de baladas a heavy metal y de heavy metal a reggaeton.
¿Alguien quiere así a un amigo? Me pregunté, la respuesta llegó más adelante; ya que, solo a ese “alguien” podía darle uno de los “objetos” que yo consideraba esenciales… Decoraste mi universo con colores, definiste mi tarareo como música, llegaste a ser el cymbalta que evitaba la depresión de la pobre niña que nombraste con razón. Formaste parte del tema central con mi mejor amigo, Dios, y te transformaste en un imposible cuando mencionaste, a través de códigos, que la amabas.
La oportunidad estuvo en nuestras manos, tú la rechazaste por amor y yo por temor… Aquel día cuando todo se oscureció quise culparte por todas las malezas en mi ser, desaparecerte de mi mundo y, finalmente, ese deseo repentino se hizo realidad. Agridulce, dulce como un gato y agrio como un zorro… ¡La felicidad llegará a ti y esta vez la historia no se repetirá porque el amor ganará!
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