Un pueblo limpio
Todo lo que resista el fuego, deberá ser pasado por el fuego para purificarse (Números 31: 23).
LA FUENTE DE BRONCE era símbolo de limpieza, exigida para los servicios del santuario. Apuntaba también a la limpieza espiritual que el Señor requería de todos los adoradores. La limpieza se conseguía en el santuario. Después de ofrecer su sacrificio, el pecador retornaba a su casa con una conciencia limpia y en paz con Dios.
Pero Dios quiere que no solo seamos limpios por dentro, sino también por fuera. Y viceversa. Quiere mente limpia en cuerpo limpio. Y cuerpo limpio en mente limpia. Por eso dio mandamientos concretos, para que los que habitaban en el campamento que rodeaba al santuario vivieran en un ambiente limpio. Como vivían en comunidad, era imperioso que para evitar enfermedades, que traen sufrimiento y dolor, los niños tuvieran un campamento ordenado y limpio. Tanto ayer como hoy nos persigue la mugre. En el mundo antiguo, y a veces en el moderno, la gente vivía rodeada de basura y excrementos; los animales vivían en las casas y tiendas; y las aguas frecuentemente estaban contaminadas con animales muertos. En Oriente Medio, la gente se bañaba poco por la escasez de agua. Todo esto daba origen a enfermedades y, por lo tanto, al dolor y sufrimiento. Las plagas diezmaban y devastaban a los habitantes de ciudades y pueblos. Los israelitas habían vivido así en Egipto durante 215 años, y se habían acostumbrado a la idolatría y a la suciedad.
Dios sacó a su pueblo de la esclavitud egipcia para hacerlo un pueblo libre, pero no solo de la esclavitud, sino también de la miseria y la mugre. Los Diez Mandamientos iban a transformar la vida espiritual, la intimidad y las relaciones humanas de Israel. Las leyes complementarias transformarían su vida física y su ambiente natural. Dios quería que sus elegidos estuvieran exentos de enfermedades. Por lo tanto, les dio leyes y reglamentos que tenían el propósito último de que vivieran en un ambiente higiénico y saludable.
La limpieza ritual
Volveré mi mano contra ti, limpiaré tus escorias con lejía y quitaré todas tus impurezas (Isaías 1:25).
DIOS QUERÍA que su pueblo no solo fuera limpio por dentro sino también por fuera. Ser felices por dentro, pero sufrir por fuera, no es el ideal de Dios para sus hijos. Así que el Señor, que creó nuestro cuerpo, sabe qué necesitamos para ser felices. Por eso limpia el pecado en nuestro corazón, y nos ayuda a que evitemos las consecuencias físicas del mal en el medio ambiente en el que vivimos. De ahí su interés en que sus hijos vivan lo más limpiamente posible en este mundo contaminado.
Por eso Dios quería que los israelitas vivieran en un campamento limpio e higiénico. Pero, ¿cómo enseñar limpieza e higiene a quienes no entendían sus principios básicos? Después de todo, los israelitas eran un conglomerado de esclavos, sin educación y sin principios saludables. Además, el mundo antiguo desconocía muchas cosas que nosotros sabemos sobre la limpieza y la higiene. Por ejemplo, desconocían la existencia de bacterias, gérmenes y virus. Recién en el siglo XIX, con las investigaciones de Louis Pasteur, se supo que existen microorganismos que causan enfermedades. Antes de ese descubrimiento, el origen de las enfermedades estaba rodeado de misterio y superstición.
¿Cómo podía Dios comunicar a su pueblo principios de limpieza e higiene, si los israelitas no tenían las bases para entender su instrucción? No podía decirles: «Tengan cuidado con la basura y los desperdicios, porque tienen unos seres pequeñitos que no se pueden ver pero que causan las enfermedades». O, «Lávense las manos antes de comer, porque al tocar las cosas sucias se les pegan unos animalitos invisibles que los pueden enfermar».
Sin embargo, Dios, el gran comunicador, encontró la manera de instruir, su pueblo en relación con los principios de la higiene. Empleó símbolos que sí podían entender: Los servicios del santuario. Lo hizo mediante los conceptos de contaminación ritual e impureza ceremonial.
Que Dios te bendiga,
Octubre, 08 2010