Era una noche brumosa,
una criatura color tierra,
alumbrada por luz caprichosa,
era acosada como fiera.
Si sería inteligente,
era de todos la interrogación,
les preocupaba en gran pendiente,
de aquel avispado mocetón.
Las penurias eran el pan diario,
frutos de la gran precocidad,
pues pobre era su barrio,
y humilde era su laboriosidad.
Más ese afán fue su motivo,
para no afanarse entre la nada,
era importante no morir vivo,
que encajar una profunda
huella que quedará bien marcada.
Entre el acoso, el hambre y el tiempo,
fue quedando la crueldad anonadada,
los pesares se los llevó el viento,
y el olvido intentó dejar la herida curada.
Sin embargo, esta humilde criatura,
llegó a enlutar las aulas,
enterrando su ignorancia sentenciada
a permanecer entre el barro de los surcos,
y morir de escuela en escuela sin premura.
Es el silencio majestuoso de la letra,
la que tal vez resurja entre el hollín,
del carbón consumido entre los hornos,
la que algún día resurja y penetre,
para no ser solo residuos de aserrín.
¿Qué puede comentar un simple pensador?
Desconozco el autor