Hace pocos días me escribió una maestra de escuela que enseña religión a sus alumnos. Uno de sus niños le lanzó una pregunta: ¿por qué Dios, que tiene todo el Poder, no frena a los malos, termina con las injusticias y nos hace a todos buenos y santos? La humilde maestra me pedía que en conceptos simples y breves explique a sus niños este tema tan central, relacionado con el libre albedrío que Dios nos dio. Pensé que la mejor manera de hablarles a los pequeños era con un ejemplo cercano a ellos, y en mi cabeza surgió de inmediato el fútbol como modo de acercarme al mundo de los niños actuales, y no sólo de los niños. Y aquí va mi recomendación para ésta linda maestra, deseosa de llevar a éstas almitas a Dios.
Podemos comparar a éste mundo con un partido de fútbol en el que hay dos equipos en la cancha: el equipo que defiende el bien, el equipo de Dios, que se enfrenta al equipo del pecado, el de Satanás. Jesús es el Juez del partido, el árbitro, que vela para que se respeten las reglas. El corre a nuestro lado, transpira como nosotros, nos mira desde todos los ángulos, sigue cada jugada para asegurarse de que todo ocurra en Justo modo. El Espíritu Santo, por otra parte, es el Director Técnico de nuestro equipo, el que lo dirige y organiza desde el banco de suplentes, adaptando la formación y la estrategia del equipo de acuerdo al desarrollo del partido, y de las tácticas introducidas por el adversario. Dios Padre, finalmente, es el Presidente de nuestro equipo, es quien provee de todo lo necesario para poder estar en la cancha jugando el partido.