Extraño tu cuerpo, ese mismo que no miro desde aquella mañana en que te vestiste
por última vez frente a mis ojos. Extraño tu cuerpo, tus labios suculentos y con ellos la seda de tu piel, la largueza de tus piernas, la suave colina de tus nalgas, la brevedad de tus senos, la perfección de tu ombligo, la profundidad de tu sexo húmedo, feraz, barroco adictivo.
Extraño tu cuerpo y con tu cuerpo tu risa, y con tu risa tu voz y tus tarareos y esa dulzura tan tuya, que en vano tratas de ocultar de mil maneras. tu cuerpo, ese mismo que ocupó el lado izquierdo de mi cama y que dejó su marca indeleble imborrable, sonriente, bajo las sábanas, hoy frías y ayer cálidas, moldeadas de tanto tocarte, de tanto posarse sobre tu efigie de espiga.
Extraño tu cuerpo, ese cuerpo que me dejaste poseer un día y que luego escapó de mí,
efímero, fugaz, evanescente, sin que pudiera retener su huida, y que dejó un vacío totalitario, dictatorial injusto entre mis manos trémulas. Extraño tu cuerpo, y daría lo que fuesen mis canciones, todas los libros que me han hecho feliz, en la música que me convirtió en un hombre bueno, los instantes de dicha cursi línea, los viajes, las películas, los sonidos del piano y de la lluvia y del silencio la tímida luminosidad de la luna en cuarto creciente,
La soledad gozosa as mujeres a las que he amado, la placidez que sobreviene a un buen vino, a una buena lectura, a un buen orgasmo, todo lo daría, incluido lo que me resta de vida
si me consideras el privilegio de volver a tener piel a piel, calor a calor, tersura a tersura
la maravilla interminable, inagotable, majestuosa de tu bienaventurado cuerpo.
Desconozco el autor