Este tema me tiene especialmente crispada. Cada vez que alguien me pregunta cuánto hace que me casé,
sé que detrás vendrá la inevitable cuestión. Imaginan cual… ¿cierto?
La verdad, no me interesa entender si es costumbre, tradición o boludismo del que pregunta.
Pero deberían saber que una mujer que todavía no tiene hijos igual tiene una vida y —seguramente— está muy feliz con ella.
Hace tiempo crucé en un bar a una conocida del lugar donde nací. Haciéndole honor a una indiscreción
bastante pasada de moda, no dudó en meterse de lleno en mi intimidad y luego del ¡cuánto tiempo que no te veo!
lanzó la odiada cuestión. Y lo más llamativo de esta chica —de esta gente, porque son unos cuantos—
es que se creen con derechos por haberse cruzado con vos una veintena de veces en
la calle o en el súper. Y a veces, ni siquiera eso.
La cosa es que luego del fastidioso cuestionamiento, mi respuesta no tardó. Le dije que esas preguntas son de otra
década y que entonces ella también ya estaría pensando en tener un hijo (tenemos casi la misma edad).
Entonces, agregó: ¡Ah, pero vos estás casada!
¡Claro! ahora resulta que casarse te habilita automáticamente (o más bien, TE OBLIGA) a quedar embarazada en
los próximos 18 meses. Bueno, avisémosle a las que están embarazadas y en concubinato, a las que esperan un hijo
y recién están de novio y bue…ni que hablar a la que quedó embarazada y duda sobre la paternidad de la criatura en camino.
En la lógica de estas personas ésas son unas locas bárbaras ¿cierto?
Pregunto: ¿Cuál es la relación que establecen estas mujeres con el desubicado cuestionamiento del Para Cuando?
A veces sospecho que es como una provocación de tiempos pasados. Por un lado, de las que ya son madres:
“A mí ya me tocó, te paso la posta, no te hagas la tonta. Que el caos se te arme a vos ahora”.
O un recordatorio de las aún más jóvenes, algo así como: Ya estás grandecita ¿todavía no pensás embarazarte?
Sí. Se nos pasa el arroz. A que seguro alguna tía desubicada ha usado esta metáfora doméstica para creer
que nos apurará el trámite ilustrando la situación de ese modo.
Olvidan que muchas –además- no somos Narda en la cocina, y al fin y al cabo ¿cuál es el problema del arroz pasado?
¿En serio esta gente cree que ayuda con cuestiones tan fuera de lugar?
¿De verdad ignoran que si quisiéramos ser madres, ya lo estaríamos siendo sin aguardar sus inesperadas opiniones?
¿Y qué sucede con estas preguntas desubicadas cuando la mujer en cuestión no es mamá no porque
no quiere sino porque no puede? ¿Las obligan a hacerles un doloroso inventario de las razones por las cuales no logran tener hijos?
Y no me vengan a hablar de “instinto maternal”. A ver, díganme, ¿desde cuando la sociedad de
“La Razón” valora tanto seguir improbables “instintos”?
Es verdad, la sociedad espera que las mujeres en edad fértil tengamos hijos. Como también espera que las
gordas se conviertan en flacas, que las hippies dejen de tejer trenzas y se busquen un laburo de oficinista,
que las de más de cuarenta se borren las patas de gallo, que la chata se ponga unas tetas infartantes…
la sociedad espera, sí. Pero que haya boludas que sigan repitiéndote estos mandatos
sociales como si fueran la Constitución Nacional, al menos déjenme decirles que molesta, que incomoda,
que desde el momento en que hacen esa pregunta se paran en el lugar de ridículas juezas de
organismos liderados por un machismo retrógrada. Les faltaría completar la idea con
“y acordate de atender a tu marido para que no se vaya…”
Así estamos señoras. La maternidad, como tantas otras cosas en esta sociedad, está sobrevaluada.
Y las que decimos que no —por el momento, o por siempre— somos vistas como bichos raros. Como inexplicables fenómenos mutantes.
Pero no faltan de las otras. Las del bando “hago mi vida y no jodo la tuya”. Vos, lectora, si estás
navegando en este sitio, vos seguro sos una de ellas. Y obviamente te cruzarás con las inquisidoras en algún
momento de tu vida. Cuando ese día llegue, lectora,
y la pregunta salga, mirala a los ojos, dedicale una carcajada gigante y no pronuncies ni la
más mínima respuesta. No le digas nada. Que alguna vez aprenda lo valioso que puede ser callarse la boca.
Por Rosario Spina