LA NAVIDAD OCULTA (CUENTO)
Para esta época del año el espíritu navideño suele flotar en el aire, escondiéndose en los copos de nieve que se precipitan sobre la ciudad, albergando con su gracia las cúpulas de los edificios que ostentan su majestuosidad, rasgando el cielo nocturno con las afiladas espadas de sus pararrayos e iluminando la noche con sus elocuentes guirnaldas, que chispean un silencioso canto a la festividad dibujada en los pómulos rosados de los niños, exuberantes de su alegría intermitente; las veredas reflejan la colorida proyección de los escaparates, atrapando sus miradas alocadas en su propia fascinación. Cuando la nieve llega al suelo, ese espíritu contenido en sus cristales forma una espesa capa que protege a ese mundo con su helada coraza, pero también lo aisla de ese otro universo subterráneo y paralelo, que subsiste bajo las alcantarillas, desde donde exhala un último aliento que se condensa en su calabozo. En ese otro lugar, los habitantes tienen sus propia fiesta cobijados bajo el asfalto, y arrullados por los trenes que estremecen todo con su arrolladora vibración, aunque pareciera que sus tiempos son diferentes, y el afiebrado andar de los caminantes sobre la capa de nieve se espeja mas pausado en quienes se cobijan con ella, como si se congelaran sus movimientos y cuando el tren subterráneo cesa su jornada, la festividad comienza sobre las veredas en tanto el submundo apaga la luz de sus velas. Solo un tenue resplandor asoma desde el fondo del túnel, en una de sus minúsculas cavernas adyacentes, flanqueada de las vías del tren por una cortina rudimentaria, hecha con sogas y arpillera. Es la guarida de Daniel y Facundo, un niño y su perro que habitan la cripta desde hace treinta y cinco años del calendario canino. Daniel no conoce exactamente su edad, aunque solo recuerda los últimos cinco, desde que huyó del hospicio y conoció a Facu, porque antes de eso, su mente no registra evento alguno. Una lámpara de kerosene ilumina su cara con irregular intensidad, resaltando sus mejillas exultantes con los ojos puestos en un catálogo de vibrante colorido, anunciando las ofertas de una gran tienda de juguetes. Su fiel amigo lo observa con sus ojos humedecidos y pretende no saber lo que acontece, luego de varios años de haber enterrado el mito del gordo colorado que ahuyentaría sus penas con un paquete envuelto en azul y con un moño dorado. Lo que sí sabe Facundo, por la mirada de su amigo, es que esta Nochebuena será diferente, no por causa de la providencia sino porque intuye que Daniel tiene un plan, y que no lo incluye a él. -“Esta vez debo salir solo”-le dice su amo, mientras le coloca el collar y anuda la correa contra un hierro retorcido que emerge de la pared de concreto. Dobla la revista, la guarda en el bolsillo trasero de sus pantalones y se coloca un abrigo que ha guardado para la ocasión, capaz de cubrir los harapos que viste usualmente. Escupe en su mano y se aplasta el pelo contra su cabeza para lucir mejor, abre levemente la cortina y echa un vistazo hacia afuera intentando que su ausencia pase desapercibida, hasta que abandona el refugio. Al subir por las escaleras del subterráneo se encuentra con Catalina, una indigente con el cabello desgreñado. -“Yo en tu lugar no saldría este día”-le dice la anciana mujer. -“¿Por...? ”- replica Daniel con aire altivo. -“Es solo un consejo, hoy es uno de esos días en que los niños salen en familia, y si te ven puede que te lleven...” -“No a mi...”- responde aún en tono presumido, como si tuviera todo planeado, y continúa subiendo hacia la cálida luz de las marquesinas que lo atraen como a un insecto volador, acelerando su paso conforme asciende y de pronto, se ve envuelto en un torbellino de transeúntes que revolotean sobre la vereda en todas direcciones con sus hijos tomados de la mano, conformando una multitud de familias móviles arrasando cuanto regalo encuentran en los escaparates. Un policía lo ve deambulando entre la gente y se le acerca diciéndole: -“Hey, muchacho... ¿Estás perdido?” Daniel horrorizado grita lo primero que le viene a la mente: -“¡Papá...!”-mirando hacia una familia que acaba de pasar por su lado y escapa de la situación tomando de la mano al último eslabón, una niñita de unos cuatro años de edad, que lo mira asombrada aunque lo acepta sin forcejear, en tanto el oficial queda perdido en la multitud y los chicos se sueltan de las manos para entrar con sus padres a una tienda de regalos, ocasión que Daniel aprovecha para hacer lo propio y desembarazarse del grupo, regalándole una sonrisa a su ángel salvador que lo saluda con la manito mientras él se esconde en un tipi armado en uno de los exhibidores internos de la tienda, donde permanece oculto hasta la hora del cierre. Mientras tanto, saborea en la revista que guarda en su bolsillo, lo que será su nochebuena, con su nueva familia de juguetes, que lo amarán toda la noche hasta que el reloj cucú cante las doce, de su primera navidad acompañado. Los altavoces le dicen que el momento ha llegado y la gente empieza a abandonar el lugar dejando todo ese mundo imaginario a su disposición, desde el momento en que las puertas se cierran y los sonidos enmudecen ante la llamada de su ansiedad. Daniel sale arrodillado a través de una abertura en la carpa y por un instante, su fantasía empieza a tomar posesión de la juguetería; su entusiasmo lo desborda y corretea por todo el lugar tomando y arrojando cada muñeco que le salga al cruce, entablando un combate con cada soldado de plomo que lo amenace y descargando toda su agresión acumulada en sus años de soledad. Pero al final de la guerra, como en todas ellas, la sensación de victoria no se parece a lo que él hubiese deseado y nuevamente se encuentra solo entre un millar de juguetes abatidos en lo que fuera su campo de batalla. El silencio se apodera del catastrófico escenario hasta que escucha un rasguido en la vidriera y puede ver la desaliñada melena de su perro Facundo asomándose con la apariencia de haber ganado su propia pelea, a saber por su correa destrozada. Daniel siente que otra vez los cristales lo separan del mundo al que desea pertenecer y tomando un objeto contundente, lo arroja hacia el vidrio que le impide volver con Facu... y pasar las navidades en familia.
Luis Roberto Makianich
|