Estar con Jesús es, seguramente, toparse con su cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera (...) Es la hora de amar la mortificación pasiva, que viene -oculta o descarada e insolente- cuando no la esperamos. (...) Así esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente serenidad y gozo[600]. Los dificultades -las flagelaciones- son permitidas, o queridas por Dios para ir moldeando el alma en una obra de arte, de modo que lo que era sólo una piedra informe, quizá de material noble, acabe siendo una escultura llena de belleza y armonía, acabe siendo otro Cristo.
Hasta en lo humano mejora el que sabe llevar las flagelaciones y los flagelos como Cristo. Se fortalece el carácter que, al mismo tiempo, se hace más dulce adquiriendo ternura y comprensión si sabe no perder la paciencia. La prudencia es más diestra y sagaz, más valiente y certera. Los sentidos se someten al dominio de la razón sin locuras y alucinaciones. Se trata a los demás con una justicia más humana, no solamente legal y cumplidora. En definitiva se vive más y mejor de amor, porque se han limado las aristas de la personalidad como los cantos rodados de los ríos: Chocas con el carácter de aquél o del otro...Necesariamente ha de ser así: no eres moneda de cinco duros que a todos gusta. además sin esos choques que se producen al tratar al prójimo, ¿cómo irías perdiendo las puntas, aristas y salientes -imperfecciones, defectos- de tu genio para adquirir la forma reglada, bruñida y reciamente suave de la caridad, de la perfección? si tu carácter y los caracteres de quienes contigo conviven fueran dulzones y tiernos como merengues, no te santificarías[601].
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