Las imágenes del cielo se hacen invisibles ante el ímpetu del día. Una ceniza reposa en el tiempo sobre la arena endurecida. Compañías incompatibles, explicación incomprendida. Y la vida pasa con los paisajes. Las texturas modifican las imágenes. La claridad se hace ceguera incauta. Resbala la arena sobre la arena, y el centro de la tierra permanece ardiendo de sol y de noche.
Lo único que poseo son palabras e imágenes que respiro, en el incontrolable derrumbe del tiempo y el espacio. En la fusión de lo sólido y lo etéreo, en el cambio contingente del hierro y la sangre, cuando resbala el aire y no se halla algún lugar seguro… Las imágenes reflejan un olvido.
Los olvidos atestiguan existencia, y en el lugar de las hojas que se achican se desploman los pasos y las alas. Una marcha acogotada me ahorca la vida. Me alimento de la desnutrición del infinito medidamente desmedido. El descuartizamiento de colores desalmados. La putrefacción de lo perdido. Las pausas, las cosas, las casas.
El orgasmo cósmico del saber incomprendido. Los pasos las cuchillas y el tiempo, los olores de las nubes que desbordan su color y de locura romántica. El sol se enamoró de la tierra acústica.
El cielo tiñó con su alma de olvido los llantos divinos. Y el agua sedienta saquea las olas y humecta la arena. Se puebla la vida de muerte. Se llena de olvido el presente. Y una luz rosácea flamea en el alma del aire y la respiro. Se paralizan las olas, el movimiento desacelera velozmente en el ocaso.
Las espigas marinas se deshacen, y una luz… Que es la misma a la de antes y es ahora.
Y en un ritmo de armonía resplandece el nacer de un nuevo día, que se apodera de la vida y de los sueños, del reflejo, de los cielos, de la textura infinita, de la plenitud que planea en los aires quietos, y el resplandor acaece en unos brazos viejos.
La espesura se espesa en la espuma profunda, con un alma y con un cuerpo más vivo que la vida misma en movimiento.
Y la belleza invade los trozos de desquicio y desconsuelo. Y una marcha descarrilada de cordura, y unos ojos que me miran tras mis ojos se unen con las cosas y los ocasos que me habitan. Y el arrebol, revolea la razón, se desliza y se impregna en cada cosa viva, en cada casco muerto, en cada charco aburrido.
En cada lugar del mundo habita una luz resistente a la vida. Y el aire falta, y la vida en cada paso se pasea, y enverdece en cada paso que atardece enardecido.
¿Cómo puede caber tanto mundo en unos ojos tan humanos?... Y piso la vida, y me impregno y me incrusto en las entrañas. ¿De quién serán las manos que al aire aprieten? Oigo crujir la arena de los pasos. Oigo al aire del cosmos girando.
El mar viene a mí, con imágenes invertidas. Reflejos contundentes de belleza espeluznante me vislumbran. La textura del saber, del encuentro y de la oleada. La espesura espumante se empecina y avanza, con los reflejos y los aires agobiados.
Florencia Volonté