Una conversación sorprendente
Un personaje norteamericano visitaba en cierta ocasión una ciudad al norte de su país y le llamó la atención un joven a quien veía todos los días tumbado en el césped. Entabló con él una conversación que fue más o menos así:
-¿Tú no estudias?, ¿no tienes ocupación?
-¿Como cuál? -dijo el chico, entreabriendo un ojo.
-Podrías estudiar.
-¿Para qué?
-Para ingresar más adelante en la universidad.
-¿Para qué?
-Para obtener un título y poder trabajar.
-¿Para qué?
-Para poder ganar mucho dinero.
-¿Para qué?
-Pues..., para que puedas adquirir una buena casa, y muchas cosas más -contestó aquel hombre, ya un poco perplejo.
-¿Para qué?
-Para que en tu vejez disfrutes de lo que tienes y descanses.
-Pues eso es justo lo que estoy haciendo ahora: descansar.
A la gente joven no se le pueden hacer planteamientos como los que este personaje ofrecía a aquel chico. Con ideales de ese tipo es difícil dar sentido a la vida de nadie.
Y el caso es que a veces, con nuestros cortos ideales, podemos darles bastante motivo para pensar así. Y se une a que la etapa adolescente facilita un cierto aire desmitificador, como de persona que cree que ya lo ha visto y probado casi todo -y casi siempre con cierta decepción-, y no encuentran sentido a casi nada. Algo parecido a lo que queda caricaturizado en esta anécdota.
Pueden pasar por una fase en la que parece como si para ellos lo importante fuera sólo lo inmediato, y no se atreven a creer en nada más, porque tienen miedo a decepcionarse luego. Prefieren creer en poco y esperar en nada, porque así se sienten más seguros.
Cuando veamos que les sucede algo de esto, hay que procurar darles ánimos y respaldar su confianza en sí mismos. Decirles que es mejor soñar un poco aunque luego a veces uno se equivoque. Tener esperanza, aunque a veces se vea defraudada.