REGALOS DE AMOR...
En el centro de mi ciudad habían abierto una tienda nueva. El rótulo decía:
"REGALOS DE AMOR". Entré. Un anciano con mirada de niño atendía a los clientes.
- Qué vende? –le pregunté
- Vendo cualquier regalo de amor
- Son caros?
- No, los regalos de amor siempre son gratis. Miré los estantes. Estaban llenos de "ánforas de confianza", "frascos de valor", "jabones de consciencia" , "cajitas de energía" y muchas cosas más…
Tenía la necesidad de todo aquello. Me dirigí al anciano.
-Me das una cajita de cada cosa, por favor?
Me sorprendí al ver que, el anciano me había hecho un pequeño paquete que colocó sobre el mostrador. Cogí el paquete, lo puse en la palma de mi mano, lo miré y exclamé:
-Esto es todo? –el anciano con voz suave me explicó:
- Si es todo. La vida no da los frutos maduros, sólo las semillas que cada uno debe cultivar. Confundida le di las gracias y me despedí con una tímida sonrisa.
Aunque decepcionada, durante el trayecto a mi apartamento con aquellas semillas en las manos me sentía poderosa. Una vez en casa cerré la puerta y me eché sobre la cama. Por primera vez en mi vida prestaba atención a unas pepitas insignificantes. Mientras disfrutaba de la tranquilidad y el silencio de mi habitación, no pude evitar una sensación de esperanza.
A medida que pasaban los días mi júbilo iba decreciendo. Mis miedos a cometer errores me paralizaban. Cada vez que tenía que tomar una decisión para hacer crecer mis semillas preguntaba a los amigos. Debido al desconocimiento de los entendidos, decidí preguntarles a personas desconocidas. Nadie se ponía de acuerdo. Como resultado, al poco tiempo de visitar la tienda, dejé mi trabajo, cogí una mochila y recorrí varios países. No encontré respuestas.
Nuevamente en mi apartamento, mirando mis semillas y con más confusión en mi cabeza, lloré.
A la mañana siguiente, me desperté con la firme idea de volver a la tienda de regalos. Mientras caminaba hacia el mostrador me di cuenta que el anciano me sonreía.
-Te esperaba. Has tardado mucho en volver.
- Estaba convencida que al tener las semillas todo sería más fácil, pero no ha crecido nada. -le enseñé el paquete que me regaló cuatro años atrás. El anciano clavó su mirada en la mía.
-Querida muchacha, quizás hayas aprendido la lección más importante. "El miedo no deja crecer nada." –Al escuchar sus palabras, sentí la liberación de una respuesta que yo tenía atrapada. Observé los rasgos del hombre, sus ojos tenían un halo gris que marcaban una mirada pausada.
- No hay que tener miedo de cometer errores. Los errores son una parte importante y necesaria del proceso de aprendizaje
- Dígame, cómo sabe que no se equivoca? — le pregunté
- Te lo resumo en dos palabras: buenas decisiones –contestó. No conforme con la respuesta, pregunté de nuevo
- Y cómo logra tomar las decisiones correctas?
- Te lo resumo en una palabra, experiencia. La conversación ,cada vez se volvía más confusa para mí. Insistí.
-cómo ha conseguido su experiencia?
-Lo resumo en dos palabras: malas decisiones. –En su frente se marcaban arrugas.
-con el paso del tiempo, al cometer errores, vamos aprendiendo y creciendo, ¿te has sentido mal últimamente por algún error que hayas cometido?
- Sí, alguna vez.
- Entonces analiza qué fue lo que hiciste mal, asegúrate de no volver a hacerlo. Perdónate y sigue adelante. –Se detenía y fijaba sus ojos en los míos.
- Cuando no sientas la suficiente confianza como para arriesgarte a hacer algo, recuerda que inclusive las malas decisiones pueden ser una excelente oportunidad de evolución. La única manera de aprender a tomar buenas resoluciones, es tomando algunas malas. Así, que no lo pienses más. Atrévete a tomar malas decisiones. Hazlo con todo tu valor, a fin y al cabo te convertirán en una persona más sabia y tus semillas darán sus frutos.
Durante aquella noche y las noches siguientes consideraba las palabras del anciano.
Ahora estoy segura de que el día que entré en aquella extraña tienda de regalos de amor, se inició en mí una metamorfosis.