Cuenta una antigua leyenda que el dios Júpiter colocó dos alforjas sobre el hombro de cada ser humano.
En la alforja de adelante cada quien lleva los defectos de los demás y en la alforja de la espalda van sus propios defectos.
Por eso es que tenemos tantos ojos para las fallas ajenas y las criticamos sin cesar, mientras casi ni vemos nuestras fallas y limitaciones.
Pues bien, nada mejor que echar todas las fallas, propias y ajenas, en la alforja de atrás; cambiar con amor lo que podemos y aceptar lo que es inevitable.
Nada más oportuno que cambiar la crítica destructiva por la comprensión, y el juicio por una amable tolerancia. El juicio nos degrada y la bondad nos engrandece.
En su hermoso Sermón de la Montaña, Jesús insistió en la necesidad de amar sin juzgar, acoger sin condenar y perdonar sin abrirle espacio al demonio del rencor. Lucas 6, 27 – 38.
No seas nunca un archivador de ofensas ni te conviertas en un juez implacable porque llenarás tu alma del más mortífero veneno.
Sin permitir que abusen de ti, vive en paz al crear unas relaciones iluminadas por la comprensión. Aprende a ser tolerante cons tus fallas y las de los otros.