Cuando ustedes oren, digan: Padre Nuestro…”. Lucas 11:1-4.
Padre nuestro que estas en los cielos. Dios no es en primer lugar nuestro Juez y Señor, mucho menos nuestro Rival y Enemigo. Es el Padre que desde el fondo de la vida, escucha el clamar de sus hijos. Y es nuestro, de todos. No soy yo el que reza a Dios?. Aislados o juntos, somos nosotros los que invocamos al Dios y Padre de todos los hombres. Imposible invocarle sin que crezca y se ensanche en nosotros el deseo de fraternidad.
Esta en los cielos como lugar abierto, de vida y plenitud, hacia donde se dirige nuestra mirada en medio de las luchas de cada día.
Santificado sea tu Nombre. El único nombre que no es un termino vació. El Nombre del que vienen los hombres y la creación entera.
Bendito, santificado y reconocido sea en todas las consciencias y allí donde late algo de vida.
Venga a nosotros tu Reino. No pedimos ir nosotros cuanto antes al cielo. Gritamos que el Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y se establezca un orden nuevo de justicia y fraternidad donde nadie domine a nadie sino donde el Padre sea el único Señor de todos.
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. No pedimos que Dios adapte su voluntad a la nuestra. Somos nosotros los que nos abrimos a su voluntad de liberar y hermanar a los hombres.
El pan de cada día danosle hoy. Confesamos con gozo nuestra dependencia de Dios y le pedimos lo necesario para vivir, sin pretender acaparar lo superfluo e innecesario que pervierte nuestro ser y nos cierra a los necesitados.
Perdónanos nuestras deudas, egoísmos y injusticias pues estamos dispuestos a extender ese perdón que recibimos de Ti a todos los que nos han podido hacer algún mal.
No nos dejes caer en la tentación de olvida tu rostro y explotar a nuestros hermanos.
Preservanos en tu seno de Padre y enséñanos a vivir como hermanos.