La voz
Yo me he quedado con la voz de esa mujer -la voz apenas- como se quedan los marinos oyendo el mar desde la tierra. Y sin embargo yo algún día pude ceñir la fácil hembra y así ganar en dulce viaje la costa azul de sus ojeras. Y beber pude entre sus manos el agua amarga de las penas, por sólo hundir entre sus senos mi ansia de onda y de sirena. Yo amé mujeres como islas entre amplios lechos de marea donde las olas de los linos alzaba el gozo de la entrega. Y vi penínsulas de brazos; playa al amor del beso abierta para llevar el labio lento hasta una rada de sorpresa. Y hallé las cóncavas marismas, -que son lo mismo alga y guedeja- y hacia ellas iba la pasión como hacia el norte va la vela. Pero la voz de esa mujer era la única sirena para el oído turbulento en las sensuales odiseas. Y me he quedado con la voz de esa mujer -la voz apenas- como se quedan los marinos oyendo el mar desde la arena. Cuán tristes son los marineros que ansiaron muerte en la tormenta, y junto al mar, un cualquier día, la muerte encuentran en la tierra. Alberto Angel Montoay |