“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Lucas 1: 42.
Que te alaben, Señor, todos los pueblos.
Cuando contemplamos la imagen de la Virgen de Guadalupe y vemos su rostro, quisiéramos entonar un canto de admiración a la belleza de esta pintura, sin duda hecha en el cielo y que ella nos dejó en el Santuario Basílica que le ha construido el pueblo mexicano.
Si, un canto de emoción y de gratitud al amor misericordioso de Dios, que ha querido siempre darnos lo mejor de él y así ayudarnos en el camino, difícil y arduo, de nuestra vida.
Dios hace siempre muy bien las cosas. En la creación, lo mejor que le salió fue el hombre hecho con tanto cuidado y detalle. Parecía un ¨dios, por la gran semejanza. Pero llegó la noche del pecado y el hombre y la mujer echaron a perder la historia. Adán y Eva se contagiaron y esta contaminación ha traspasado los siglos: El pecado original.
Con todo, Dios encontró la medicina. Con el mismo barro y con la misma sangre se propuso hacer un Hombre Nuevo, nacido de una mujer limpia que liberará del contagio y aportara salvación. Estamos acercándonos a celebrar la Navidad, que constituye una página divina y humana de la historia, cuando lo divino se acerca a lo humano y lo humano toca lo divino.
Dios, por amor, quiere humanizarse. El hombre, por la fe, se abre a Dios. Todo este misterio se desarrolla en la vida de María. Ella permite que el Espíritu de Dios y la cubra con su sombra y de esta manera maravillosa se entrecruzan el sí de Dios y el sí de María.
María Madre de Dios es también Madre nuestra y pidió una ¨casita¨ para quedarse con nosotros para siempre.
Reflexión y comentarios…