“María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.” Lucas 1: 46.
Mi corazón se alegra en Dios, mi salvador. Ana, la madre del Profeta Samuel, vuelve al Santuario de Silo para dar gracias a Dios por el hijo con que atendió sus ruegos y su esterilidad anteriores. Después de consagrar su pequeño hijo Samuel al Señor, entona un cántico que hace eco al himno de bendición de María.
El canto del Magníficat lo leemos hoy en el Evangelio, y en el resuenan muchos cantos bíblicos que cantan la grandeza de Dios y su predilección por los pobres y desvalidos.
No podía faltar ese himno en el Adviento y en labios de María que es la figura más excelsa de este tiempo litúrgico que espera a Jesús. El canto de María es una señal de su grande espiritualidad y, al mismo tiempo, la síntesis de fe y de la forma de orar de un pueblo elegido, de aspiraciones y esperanza, fiado en las Promesas de Dios hechas a su pueblo.
Al llegar Jesús y al nacer entre nosotros serán los pobres y los desvalidos, los humildes y los hambrientos, los protagonistas de la Historia de Salvación de Dios, que los prefiere a los soberbios, a los poderosos y a los ricos de este mundo. En las palabras del Magníficat de María se escucha el murmullo de la alegría y esperanza de los pobres y el asombro agradecido por ser preferidos de Dios.
La mejor conversión del corazón que nos pide el Adviento es volver la mirada hacia quienes nos necesitan, para que el amor y la justicia sean los pilares de la paz que el Señor nos trae en la Navidad. No podemos dejarnos llevar tan solo del ambiente comercializado y profano que nos rodea. El corazón del Adviento se encuentra en la cercanía y el servicio a los que nos necesitan.
Reflexión y comentarios…
De 1 Samuel 2: Mi corazón se alegra en Dios, mi salvador.