
Hubieron una vez dos hermanos que se llamaron Gianni y Mattia y se quisieron. Pasaron junto todo el tiempo, jugaron junto, y siempre cantaron una canción que ellos mismos inventaron y que dijo así: "estribillo estribillo la luna se ha encendido para Maria que cose una camisa al Niño Jesús." Los años y los dos niños pasaron se volvieron hombres y perdieron a los padres; poco después de la muerte de éste tuvieron una pelea a causa de la herencia y se pusieron hostiles. Separaron sus casas y, mientras Gianni vivió al plan, Mattia se trasladó sobre el monte. Fue el tiempo de la Pascua y Mattia, en su casa montana, hizo todos los preparativos por las santas fiestas. Su casa brilló como un espejo y sobre la mesa fueron dispuestos los panes, los huevos, la tarta pascual, para que el cura los bendijera.... Y Mattia, vestido el más bonito vestido y preparada una oferta que hacerle al Dios, esperadas la bendición. ¿Pero como la bendición pudo llegar hasta a él, si se olvidó de reconciliarse con su hermano? El Dios, en efecto, desea antes de cada cosa que los hombres honren las fiestas estando en paz y en concordia entre de ellos. Por tanto pasaron las horas y pendientes la noche, pero la bendición pascual no vino a la casa de Mattia. Pensando que a causa de la distancia y la altura el cura hubiera omitido su casa, triste y solo Mattia se aprestó a la cena. Pero cuando llevó a la boca la comida, se percató que los panes, los huevos y la tarta pascual y todas las buenas viandas que preparó, se transformaron en piedras. Así Mattia jefes de no estar en gracia del Dios, pero no encontró de ello el motivo. Poco después de sientes llamar a la puerta, escondió de prisa las comidas pasmadas y abres. Fue un viejo viandante sorprendido por la tempestad, que preguntó hospitalidad. En efecto el cielo, algo antes buen tiempo, se hubo todo cubierto, el viento de la tormenta se quitó y la tierra estuvo en presa de la lluvia y las ráfagas. Mattia acogió al viandante y se disculpó con él de no tener alguna provisión. Tienes que contentarte de una silla y de una cama - le dijo. - Y sea alabado Dios que me los concede y gracias a ti por tu bondad - el viandante contestó. Fue un hombre delgado que sonrió a menudo y miró con ojos profundos. ¿- De dónde vienes? - iglesias Mattia. - Vengo de muy lejano - dijo el hombre. - He girado muchas tierras y he visto celebrar la Pascua en muchos lugares. Mi corazón está lleno de alegría, porque me parece que hoy todos los hombres sean buenos y felices. - No yo - entonces Mattia dijo, lleno de tristeza. ¿- Y por qué nunca? - El viandante preguntó. - Tienes una bonita casa, un bonito vestido. Tu cara abierta y sana revela que también tu espíritu es rico en regalos celestes; ¿por qué pues no eres feliz? - Realmente, - el viandante continuó - los hombres son nunca no contentas. También otra casa he visitado aquí abajo al plan, en cuyo debería reinar el regocijo; fíjate que ella incluso es alegrada por dos graciosos hijitos, uno de los que ha nacido justo ayer. Sin embargo el dueño de aquella casa fue triste, oscuro, casi pareció que una desgracia incumbiera sobre de él. Si su hijo no me hubiera alegrado cantando algunas bonitas canciones, de veras mi visita habría sido muy triste. Uno especialmente recuerdo de aquellos canciones... - Como es? - iglesias Mattia con el aliento suspendido. - Me parece que sea así:
|