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En nuestra primera lectura de hoy, el Señor llama a su pueblo gusano y lombriz. ¡Imagínate!
Sí, a veces somos gusanos, pequeños bichitos que se arrastran en la suciedad porque preferimos defender, justificar o racionalizar nuestros pecados en lugar de elevarnos por encima de ellos por medio del arrepentimiento sincero. Somos, con demasiada frecuencia, gusanos prosperando en los cuerpos en descomposición de relaciones dañadas, mientras atendemos las pasiones de nuestro egoísmo y orgullo.
Jesús nació en este mundo decadente para tomar sobre sí mismo, nuestra condición de gusanos durante su crucifixión y brindarnos una nueva vida con el perdón del Padre. Esta nueva vida se convierte en prueba para los demás de que Dios es real: los demás pueden ver y saber, observar y entender que es por la mano del Señor que nos convertimos en mejores personas: más sanos en nuestras relaciones y más santos en nuestras actividades.
Sin embargo, Jesús nunca nos fuerza para aceptar lo que Él ofrece. La transformación sucede cuando estamos dispuestos al arrepentimiento. Nuestros pecados se convierten en motivación para purificar nuestras vidas y crecer en santidad.
Permanecemos siendo gusanos hasta que reconocemos la pobreza de nuestras almas. Entonces Dios responde a nuestra sed de bondad, a nuestro desierto de espiritualidad seca y a nuestro páramo de vidas mal gastadas.
Aun cuando somos lentos en dejar nuestras conductas de gusanos, Dios es "gentil y misericordioso, lento para enojarse, y generoso en amabilidad," como nos lo recuerda el salmo responsorial de hoy. Por su gracia, podemos aprender. En su misericordia, aceptamos las consecuencias de nuestros pecados y las usamos como lecciones para una vida santa.
¿Por qué somos reacios para cambiar? ¿Por qué tenemos que enfermarnos con nuestras comidas echadas a perder antes de arrepentirnos?
Jesús dice en la lectura del Evangelio de hoy, que el reino de Dios es tomado por la fuerza -- nuestra fuerza, no la de Dios. Tenemos que forzarnos a nosotros mismos para alejarnos del pecado. Tenemos que forzarnos para dejar nuestras dependencias que sustituyen al amor real (es decir, incondicional).Tenemos que esforzarnos para sobreponernos a los malos hábitos, al mal genio, a las murmuraciones de desconfianza, juicios, a la desobediencia a cualquier enseñanza de la Iglesia que no nos gusta, y a todos los demás pecados que se sienten cómodos y aceptables.
Una vez que hacemos esta violencia hacia nosotros mismos, Dios nos abraza con sus manos tiernas pero fuertes. Él hace brotar ríos de rica santidad en nuestras "alturas desoladas". El calma nuestra sed de crecimiento espiritual. Él hace brotar nueva vida en nuestros desiertos.
Hoy, hazle una petición sincera a Jesús para ser transformado. Oblígate a ti mismo a admitir los pecados que has estado ignorando o evitando racionalmente. Entrégale a Jesús tu renuencia a cambiar. Hazlo utilizando uno de los Sacramentos que proveen la gracia de Dios para una vida santa: la Confesión (el Sacramento de la Reconciliación), o, si estás gravemente enfermo, el Sacramento de la Unción, o la Eucaristía y el Rito Penitencial al principio de la Misa.
¡Haz el esfuerzo para seguir adelante con esto! ¿Por qué haz de recibir la Navidad como una lombriz o gusano? | 
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